Por Luis Córdova
Uno de los libros fundamentales para la comprensión de la historia,
estrategias y liturgias de la comunicación política es la obra de Luis Arroyo,
“El poder político en escena” (RBA, 2012). Su publicación causó furor en los
apasionados por estos temas aportando enfoques y rescatando la relación
primigenia de la necesidad de poder del hombre, conecta el aullido de un lobo
al salir de caza con la exposición mediática de los actores políticos: el
animal instinto puesto ante nuestros ojos.
En ese sentido el humano sigue interesándose por lo mismo, las mismas
pasiones desde que dejaba mensajes en las grafías de las cavernas, hasta ahora
que deja sus post en el Instagram. La necesidad de comunicarse, de perpetuarse
y cercar su espacio en la medida que alcanza los límites del ámbito de ese otro
al que es igual y del que se diferencia.
El inmenso Jorge Luis Borges resolvió los enigmas con una sentencia:
“un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra” y mientras
tanto hemos tenido más o menos el mismo cuento repetido. Todos han contado su
historia, para no morir.
En la supervivencia política, como en toda tarea de la vida, hay que
contar una historia. Los que trabajan mercadeo político, modelan como un
producto no solo la propuesta electoral sino la vida de ese que presentaran a
los votantes. Como señala el asesor y estratega español Arroyo, la palabra
“representación” jamás alcanzó una más
adecuada connotación para la vida pública: sea candidato o funcionario electo,
siempre, se está actuando. Esto no implica falsear la realidad, estamos
hablando de exponerla, invitar a los demás a ver el interior de una vida que
nos importará en cuanto confiemos y validemos con nuestro voto la posibilidad
de que dirija parte de la nuestra.
En esto la utilización de nuevas tecnologías digitales la vida
cotidiana ha trastocado los escenarios de la comunicación política, por su
impacto como herramienta y por la presencia militante de una cada vez mayor
población, en especial los nativos digitales, haciendo expresándose sobre temas
que son conexos a la agenda política.
La cobertura mediática es otra, la audiencia es distinta y el sistema
para atraer interés es muy diferente, incluso a lo que teníamos en procesos tan
recientes como hace cuatro años.
Para muchos la tradición política dominicana es un compendio de
mentiras y poses. Una escena repleta de políticos acartonados, capaces de
mantener un doble discurso sin inmutarse. Las redes nos están obligando a ser
más sinceros. A pesar de la compra indiscriminada de “paquetes de seguidores”,
de la automatización de los “me gusta” y del engranaje de toda una industria de
falsedad.
La clave está en el contenido. Lo que se dice allí va revelando que tan
cierta, justa y merecedora de atención es la vida y propuesta de un candidato o
“figura pública”, concepto este último que a la luz de lo aquí expuesto merece
ser revisado. No es mentirse en abultados números de seguidores, insólitos
casos en los que desborda toda razón, sino en tener un medio con la suficiente
permanencia en temas que sean enfocados con autenticidad: no es estar, sino
saber estar en las redes.
De los muchos temas a estudiar, y que abordaremos en esta columna en lo
venidero, el de la política 3.0, ese nivel de los Followers e Influencers, que
se hace imprescindible en el marketing digital político y que no debe ser visto
como un apéndice o un acápite de la campaña electoral, sino como parte de la
estrategia misma y debe estar considerado en todo momento, siempre usándolo de
manera profesional.
El discurso, la imagen y la trayectoria expuesta en los medios
electrónicos también expone la vida de los candidatos. Los asesores deben
explicar las ventajas pero también los riesgos, en una sociedad que tiene cada
vez más personas conectadas, que consolidad un voto crítico e informado.
Todo lo dicho en la red informa, seducen y entretiene, pero también
valida o descalifica.
Publicado el 23-05-2019
http://lainformacion.com.do/noticias/opinion/columnas/14236/politica-entre-espectadores-analogos-y-nativos-digitales