lunes, 23 de marzo de 2020

LA IRRUPCIÓN DE PAPITO CRUZ EN EL LIDERAZGO POLÍTICO DE SANTIAGO

Por Luis Córdova

Para comprender el resultado de un proceso electoral es necesario ir más allá de los porcentajes, de “los numeritos” como dicen algunos. También se hace necesario contextualizar el certamen para así poder tener una aproximación, lo más desapasionada posible, de la rentabilidad política lograda por quienes participaron como candidatos.

Si bien las estadísticas son retratos de momentos, su utilidad mayor no es la evolución comparativa de los niveles de aceptación o rechazo, sino la de comprender con exactitud la efectividad o acierto de alguna estrategia en el desarrollo de la campaña.


Es la primera vez que Rafael Cruz -Papito- se presenta como candidato alcalde de Santiago y lo hace en solitario. Había sido electo en tres ocasiones como regidor, electo en la boleta de la fuerza política que milita desde su nacimiento: Partido Reformista Social Cristiano (PRSC).

Para llegar hasta ese momento es conveniente delinear algunos datos interesantes de su vida política y explicar un poco de quién estamos hablando; un vistazo a su labor partidaria y social que dio aval a que se presentase en una competencia por el ayuntamiento de más trascendencia política del interior del país, el de Santiago de los Caballeros.

Cuando vino a tener conciencia ya su filiación política estaba prácticamente determinada por su vínculo familiar. Hijo de un hombre leyenda en los deportes y el reformismo, Papo Cruz, su hijo varón seguiría los pasos desde un rol distinto: jugando el papel de su generación, alternando el ejercicio privado de su profesión con sus aficiones como el deporte, con su compromiso con el activismo político y el liderazgo comunitario.

Entonces formalizó su carrera iniciando en los niveles de militante. Queriendo diferenciarse y ganando su espacio por mérito propio. En ese esfuerzo soy testigo de excepción: sus años de romanticismo por la política lo llevaba a invertir horas y horas en largas pláticas que iban en diversas latitudes del planeta buscando las mejores prácticas de políticas públicas para estudiar la viabilidad y generar ideas propias de “eso que se pudiera implementar aquí”.

Eran los años de juventud y lo asumió con intensidad. Se formó en el país y en el extranjero y conformó un equipo diverso, heterogéneo y plural en la Juventud Reformista Social Cristiana (JRSC).

Su destacada participación en el equipo del candidato presidencial del año 2004, el Ing. Eduardo Estrella, lo llevó a una proyección importante. Supo que la brújula es certera y que las velas del barco político se orientan, no a favor del viento, sino a favor de la ruta que ha sido trazada. Fue elevado al entonces muy pequeño Directorio Presidencial, su destino como figura de relevo, había sido marcado.

Nacer, crecer y desarrollarse en Santiago constituía un orgullo y un reto. El escenario en el cual se abría paso estaba copado por figuras que habían marcado su impronta en los años más gloriosos del balaguerismo gobernante.

A su generación le correspondió el despoder. Pagar los platos rotos de direcciones díscolas en un partido que se devoraba a sí mismo. Desbandada de dirigentes tras cada proceso y dolorosas reunificaciones que, en elecciones cada dos años, no alcanzaba el tiempo para sanar heridas.

Sobre el estigma se abrió paso. Llegaría el momento en el que su partido no podía postergar su figura y liderazgo, mientras tanto, moldear el carácter.

José Enrique Sued fue la figura hegemónica del liderazgo municipal del PRSC en Santiago. Sin lugar a dudas es el verdadero alcalde histórico que ha tenido la ciudad corazón, ningún otro santigüero ha dirigido por más tiempo el municipio. Una dimensión histórica que el mismo Sued parece no comprender del todo, ya que sus últimos pasos políticos van en camino contrario a la preservación de su imagen ante la posteridad.
 
Desde 1994 encarnó la boleta de los rojos y en ella fue electo en solitario en tres ocasiones. Se presentó por su partido en 1994, 1998 y 2002 y encabezando alianzas en el 2006 con el PRD, en 2010 con el PLD y en 2016 con PRM. Autor de una impronta bien ponderada por más allá del municipio sería candidato a la vicepresidencia de la república y luego pasaría a integrar movimientos nacionales para respaldar candidatos presidenciales contrarios a la boleta de su partido.

Cruz, reelecto regidor en el periodo 2010, había desarrollado una proyección que le consolidaba como una figura en emergencia. Las hazañas construyendo mayoría para conquistar la presidencia del Concejo de Regidores del honorable Ayuntamiento de Santiago, lo validaron como un político que había aprendido la lección del juego democrático: la conquista del poder por el poder mismo no tiene sentido, debe existir una causa que mueva a los hombres y mujeres. En gran medida encarnó esa causa en las tres ocasiones que ocupó ese cargo.

La última conquista de la dirección del hemiciclo municipal significó un traumático inicio para su gestión presidencial pues tuvo que decidirse en los tribunales. Las fílmicas de una sesión violentada por agentes extraños a la Sala, fueron noticia por semanas.

La atención política nacional se centró en un joven santiaguero que con gallardía y audacia peleaba contra el poder establecido y desafiaba el estatus quo de la política, al partido de gobierno central y a la ignominiosa tradición de dobleces que se había cernido en el concejo municipal de esta ciudad del norte.

En ese momento surgieron voces que propusieron su candidatura para la alcaldía. Muchos sostuvieron la tesis de que ese era el momentum, aunque significara enfrentar en primarias al tres veces síndico de Santiago.

Pero lo cierto es que el escenario político de 2016 era diferente: Una nueva coyuntura se abría ante la ruptura del PRSC con el gobernante PLD. La concreción de una alianza con un partido nuevo y ubicado en la distante casilla número 15, como era el Revolucionario Moderno, produjo que los reformistas se empeñaran en reafirmar sus fuerzas, aun no siendo favorecidos con el voto mayoritario en los niveles locales pero sí determinantes en la consolidación de su candidato presidencial.

En ese proceso Papito Cruz jugó un rol importante como jefe de campaña de Sued. La sabiduría de la experiencia y el arrojo ante una coyuntura definitoria para la filas reformistas los unificó hasta el punto de que el viejo caudillo local señaló en una entrevista televisiva, de la cual conservamos copia, que Cruz encarnaba su relevo como político.

Desde entonces sucedieron una serie de juegos y azares políticos que exceden el interés de este relato.

Ante la salida un significativo número de dirigentes nacionales que tenían a Santiago como su plataforma política, el criterio de muchos era que el daño materializado al PRSC era irreversible.

Atrincherados en posiciones públicas, los antiguos reformistas, emplearon el criterio rudimentario del mexicano Álvaro Obregón  quien en vez de balas empleó para la revolución un método más lacerante: “Nadie aguanta un cañonazo de 50,000 pesos”. Y aunque para éstos no se trataba de una revolución ni mucho menos de esa cifra, asumieron que con su salida habían propinado el tiro de gracia al partido del gallo colorado.

Es así como desde cero, se inicia la construcción de un partido nuevo. Recoger los escombros y enmendar heridos. Sobre los hombros de Papito Cruz cayeron las cargas de compromisos no cumplidos con la última candidatura municipal, la venganza de quienes ven en el pacificador un culpable, cuando fue Cruz quien volvía abrir las puertas a quienes se fueron, los mismos que retornaban una y otra vez sin pedir excusas y para a ocupar su sillón dirigencial.

De justicia es reconocer que esa labor de reconstrucción de estructuras partidarias estuvo en todo momento Máximo Castro Silverio y su familia, sobrepasando un duelo, y en plena faena los sorprendió el proceso del 2020.

La incertidumbre era la señal característica de un certamen que, cuando menos, era calificado de “extraño”. El destino de las piezas del ajedrez político pendía de jugadas no descifrables y aunque los rojos son dirigidos por el Capablanca de la política dominicana, el Ing. Quique Antún, el juego lo determinaba en gran medida el reloj.

Con un nuevo marco legislativo (ley 33-18 y la 15-19) colgando sobre sus cabezas, los partidos tenían que armar boletas respetando los derechos adquiridos de los concurrentes a primarias, calcular las cuotas y las reservas. Amplios sectores de las bases perremeistas en Santiago daban como un hecho que la alianza sería con los reformistas y que éstos llevarían a Rafael Cruz como su candidato para la nominación a alcalde.

Por meses se daba por un hecho. En las filas reformistas la aclamación a unanimidad de Papito Cruz era cuestión de protocolo, fijar la fecha para su formalización.

Pero como advertimos a entrar en el análisis de esta coyuntura, la incertidumbre imperaba. El panorama se clarificó en cuestión de semanas para la convocatoria de febrero.

Se movió el tablero y las fichas ocuparon su justo lugar: la elección en primarias abiertas del candidato reeleccionista del PLD, Abel Martínez, era una realidad de meses en un temprano proceso interno; el caso de Ulises Rodríguez sorprendió por la tardanza en su definición y por sus manifiestas aspiraciones a senador que tenía como Diputado pero que terminó optando por el ejecutivo municipal por la boleta del partido azul celeste y blanco.

Papito Cruz, se enfrentaba a un panorama de relativa desventaja: los candidatos presidenciales metidos en la contienda municipal, inyectando sus equipos y logística de los denominados partidos mayoritarios. Corría solo y con el agravante de que la candidatura sombrilla a nivel nacional, por la alianza, tenía activa a la dirigencia local trabajando en otro proyecto.

No había espacio para la inercia. La campaña desarrollada por Papito Cruz fue dinámica y de golpes sorpresas: una guerra de guerrilla. Implicó estar dos pasos delante de las tropas enemigas. En Santiago hacía estrago la polarización que habían pactado el PLD y PRM para dejar fuera de atención a las demás opciones: se repartían en porcentajes partido el porciento entre dos.

Se debía romper la polaridad. Las armas reformistas fueron apelar al amor por la ciudad, a la trayectoria de fidelidad, al orgullo santiaguero y a la siembra de esperanza que implicaba su lema “hacer más por la ciudad”. Frase que más que un slogan se convirtió en una tesis: se explicaba sin descalificar lo que debía hacerse para alcanzar un municipio socialmente armónico, con rentabilidad y sostenibilidad, creativo, diverso y próspero: una gestión sin escándalos, sin abusos y sin discriminación, con mayor nivel de transparencia en la administración de todos sus recursos.

Un plan de gobierno construido por los comunitarios y consultado con los actores de primera línea de organizaciones de la sociedad civil que trabajan el tema. El candidato visitó a asociaciones, grupos y gremios profesionales, productivos, sociales, culturales, comerciantes y sindicales. Prácticamente toda la sociedad civil organizada conoció sus ejes esenciales.

El trabajo fue realizado, la nueva marca que significada Papito Cruz fue dada a conocer.

Como punto resaltante estuvo su participación en el debate de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE). Ante la televisión nacional y con los protagonistas de la vida empresarial del país como público presencial, fue consenso de la opinión pública nacional calificarlo como el ganador por la presentación y claridad de sus ideas para una administración local basada en propuestas de solución integrales y creativas a los problemas de Santiago.

Aunque la marea se mostró adversa, la boleta de regidores que logró armar el joven abogado y político no tuvo comparación en cuanto a lo diversa y plural. De nuevo ofreció una muestra de apertura como líder de vanguardia: líderes sindicales, ingenieros, abogados, ecologistas, comunicadores, gestores culturales, presidentes de juntas de vecinos y personas con condiciones especiales, comerciantes y empresarios, conformaron los 41 candidatos a regidores y regidoras con sus suplentes de igual nivel de calidad y diversidad. Todos y todas se mantuvieron firmes hasta el final. Se sumaron candidatos de otras lides que entendían que el proyecto a presente y futuro del PRSC se encarna con un ahora comprometido.

El domingo 16 de febrero en medio de las accidentadas elecciones, pasadas las once de la mañana, se comunicaba de manera oficial la suspensión de las elecciones. En cuestión de minutos la boleta completa estaba en el salón de sesiones del Directorio Municipal del PRSC.
El candidato a alcalde, junto a los candidatos y candidatas a regidores, expresaba su sorpresa e indignación pero reafirmaban que irían a la nueva convocatoria ahora con más fe.

Y fue así como el 15 de marzo con una abstención histórica de más de 65% del electorado, venido de una resaca de indignación que repercutió en cacerolazos y marchas, ante la inversión brutal de recursos económicos de quienes intentaban despojar de esperanzas a una franja importante del electorado santiaguero, a pesar de los pesares, un nuevo capítulo en la historia se escribía.

El conteo oficial reservó un 5.24% de los votos válidos, representación en el Concejo de Regidores y un futuro que aguarda nuevas hazañas con escenarios definitivamente menos hostiles.

Rompiendo todos los pronósticos y todas las encuestas, el tercer lugar de Papito Cruz y los reformistas se impuso a la manipulación mediática y a la descalificación artera. Reducidos al silencio quedaron los que cuestionaron una nueva manera de hacer política: con discurso, con ideas, sin votos transaccionales y sin traficar favores.

La irrupción de Papito Cruz en el liderazgo político del municipio marca una esperanza en la manera de conducirse y en una dirección municipal basada en la eficiencia. Como político tiene Cruz por delante un tramo que con humildad deberá labrar, con cabeza fría aunque el derredor arde.

Esta irrupción confirma que el ejercicio de la política no se hace proyectando batir récords, ese infantilismo puede servir de arenga interna en equipos políticos, pero no aplica para el municipio.

La proporción de los votos, por donde quiera que se le analice, revela que Santiago es una compleja plaza electoral que no se deja arrastrar por ruidos y colores, por fastuosidades y poses. Esta ciudad reflexiona el voto. Por eso esta ciudad celebra irrupciones políticas de esta naturaleza, como la de Papito Cruz.

A fin de cuentas: Santiago sigue siendo Santiago.