viernes, 24 de abril de 2020

Clerén: el último trago.

Por Luis Córdova

Una mezcla de la amarga imaginería latinocaribeña viene a la memoria. Pocas canciones han podido sostenerse en voces tan particulares como la de Chavela Vargas o Concha Buika. “El último trago”, un tema más del inmenso repertorio de “un tal José Alfredo”, leyenda de la música popular que terminaría siendo un personaje sabinero.

Levantar el codo para brindar a la buena o mala salud de alguien, arrojó un drama. En efecto el clerén, para muchos, ha sido el último de los tragos.

La cultura y su carga de símbolos nos llevan a una, de tantas referencias bibliográficas: “Trementina, clerén y Bongó”, novela de Julio González Herrera, publicada en 1943, y que resulta importante para las letras nacionales tanto por el contexto histórico en el que se produce como por la calidad y trama de la misma: Una revolución de los enajenados mentales, publicada en plena dictadura trujillista, otorga un valor adicional a las temporadas del autor en el sanatorio mental, donde existe un “jefe” (Rodolfo) y donde se preconizan el feminismo, la democracia, la libertad en juego de alegorías.

Luego se revelaría que el clerén fue la bebida favorita del autor. La destilación de la caña de manera rudimentaria ha estado en ambos lados de la isla por centurias, tan vigente como las alegrías que convocan a celebrar tomándolo en las fiestas y ceremonias como las penas que se aminoran mientras dure el aroma de su cuerpo rudimentario y breve.

El clerén ha estado, está y estará aquí. Los guardias de la frontera, desde tiempos de Lilís y hasta Trujillo, prohibieron el trasiego del producido de aquel lado de la isla. Ilusos gobernantes que ignoraron que la cultura desconoce de disposiciones burocráticas, monta su imperio al margen de los designios del poder. De este lado se documenta producción de esta bebida desde antes del establecimiento de los ingenios azucareros.
 
La fórmula, la técnica, la clandestinidad. El clerén no es sólo una bebida espirituosa sino un elemento importante en las manifestaciones mágico-religiosas, también incorporadas a segmentos de la sociedad dominicana.

Sobrevivió a las botas de los caudillos y a la condena del prejuicio. Sin registro sanitario, mercantil o industrial, sin etiquetas y sin marcas, vendida al granel, en secreto.

Algo tiene que seduce. Algo tiene que nos mata.

Trasciende las regiones y desde la provincia Elías Piña, en un fatal en el que murieron doce dominicanos por su consumo, viene a ser temas en estos días de confinamiento por más de cuarenta decesos en el Gran Santo Domingo y Santiago.

Los operativos destruyendo las instalaciones de pequeñas fábricas, los reportajes periodísticos llenando páginas y no deja de expresarse cierta voz xenófoba en las todo permisivas redes sociales.

El Ministerio de Ministerio de Salud Pública ha decidido contar las muertes ocasionadas por el consumo de esta bebida en los días en que el dominicano debe permanecer en su casa. De esta realidad socioeconómica debe producirse un nuevo estudio, no solo por el consumo masivo de los distintos tipos de drogas, sino el vínculo de nuestro pueblo con esta bebida en específico.

¿Económico? Existe en el mercado una diversidad de rones locales e importados que resulta, en precio, igual o incluso menor que el clerén. No parece ser un asunto de costo.

¿Facilidad para conseguirlo? Nada más difícil de vencer que el prejuicio. Se debe ir al suplidor, por lo regular casas en las que se fabrica y se vende el producto, o tener un contacto que se encargue de conseguirlo, dado que en muchos casos, se hacen listas para inscribir a los clientes dada una producción que resulta pequeña para la demanda.

Del bajo nivel de inocuidad, no tenemos dudas. De que es  elaborado con caña de azúcar de una calidad no óptima y que los fermentables no cumplen con el rigor de una industria que pudiera dar garantías de no contaminación, en especial con metanol en el proceso de destilación por el uso de maderas como aromatizantes o bien porque los solventes pueden contener thinner (como sucedió en una ocasión).

Todo eso lo sabemos. Lo saben los dominicanos y lo saben los haitianos que también mueren en ocasiones por algún contaminado clairin o kleren, como es denominado en la vecina nación.

Ante la tradición, la nuestra, nos preguntamos, ¿cómo controlar el consumo de esta bebida cruzando la segunda década del siglo 21, mientras se emplean métodos decimonónico?

Si la amenaza para la salud es la adulteración de un producto, ¿por qué no mejorar el producto? Ahora que hablamos de emprendimientos económicos, que hacemos apología de industrias caseras y empresas familiares, pudiera entenderse esto como una oportunidad.

Negarse es asumir que la realidad nuestra ha terminado fracasando como la rebelión de los internos del psiquiátrico en la novela de González Herrera: Que los locos hagan justicia, que tomen el control del manicomio para: “establecer un gobierno justo y beneficioso para la comunidad”. Una revuelta que puede tener de fondo la canción del mexicano que desgarrado invita al último sorbo de la botella: “Nada me han enseñado los años / Siempre caigo en los mismos errores”. 

Mientras más videos se compartan en las redes sociales, mientras más guardias se fotografíen destruyendo envases y se disparen alarmas que no encuentran eco… mientras eso pase tenemos la certeza de que el momento del último trago aún no ha llegado.

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http://noticiasentreamigos.com/cleren-el-ultimo-trago
http://www.elcentineladigital.com.do/nacional/cleren-el-ultimo-trago
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