Por
Luis Córdova
Una
mezcla de la amarga imaginería latinocaribeña viene a la memoria. Pocas
canciones han podido sostenerse en voces tan particulares como la de Chavela
Vargas o Concha Buika. “El último trago”, un tema más del inmenso repertorio de
“un tal José Alfredo”, leyenda de la música popular que terminaría siendo un
personaje sabinero.
Levantar
el codo para brindar a la buena o mala salud de alguien, arrojó un drama. En
efecto el clerén, para muchos, ha sido el último de los tragos.

Luego se revelaría que el clerén fue
la bebida favorita del autor. La destilación de la caña de manera rudimentaria
ha estado en ambos lados de la isla por centurias, tan vigente como las
alegrías que convocan a celebrar tomándolo en las fiestas y ceremonias como las
penas que se aminoran mientras dure el aroma de su cuerpo rudimentario y breve.
El clerén ha estado, está y
estará aquí. Los guardias de la frontera, desde tiempos de Lilís y hasta Trujillo,
prohibieron el trasiego del producido de aquel lado de la isla. Ilusos
gobernantes que ignoraron que la cultura desconoce de disposiciones
burocráticas, monta su imperio al margen de los designios del poder. De este
lado se documenta producción de esta bebida desde antes del establecimiento de
los ingenios azucareros.
La fórmula, la técnica, la
clandestinidad. El clerén no es sólo una bebida espirituosa sino un elemento
importante en las manifestaciones mágico-religiosas, también incorporadas a segmentos
de la sociedad dominicana.
Sobrevivió a las botas de los
caudillos y a la condena del prejuicio. Sin registro sanitario, mercantil o
industrial, sin etiquetas y sin marcas, vendida al granel, en secreto.
Algo tiene que seduce. Algo tiene
que nos mata.
Trasciende las regiones y desde la
provincia Elías Piña, en un fatal en el que murieron doce dominicanos por su
consumo, viene a ser temas en estos días de confinamiento por más de cuarenta
decesos en el Gran Santo Domingo y Santiago.
Los operativos destruyendo las instalaciones
de pequeñas fábricas, los reportajes periodísticos llenando páginas y no deja
de expresarse cierta voz xenófoba en las todo permisivas redes sociales.
El
Ministerio de Ministerio de Salud Pública ha decidido contar las muertes
ocasionadas por el consumo de esta bebida en los días en que el dominicano debe
permanecer en su casa. De esta realidad socioeconómica debe producirse un nuevo
estudio, no solo por el consumo masivo de los distintos tipos de drogas, sino
el vínculo de nuestro pueblo con esta bebida en específico.
¿Económico?
Existe en el mercado una diversidad de rones locales e importados que resulta,
en precio, igual o incluso menor que el clerén. No parece ser un asunto de
costo.
¿Facilidad
para conseguirlo? Nada más difícil de vencer que el prejuicio. Se debe ir al
suplidor, por lo regular casas en las que se fabrica y se vende el producto, o
tener un contacto que se encargue de conseguirlo, dado que en muchos casos, se hacen
listas para inscribir a los clientes dada una producción que resulta pequeña
para la demanda.
Del bajo nivel
de inocuidad, no tenemos dudas. De que es elaborado con caña de azúcar de una calidad no
óptima y que los fermentables no cumplen con el rigor de una industria que
pudiera dar garantías de no contaminación, en especial con metanol en el
proceso de destilación por el uso de maderas como aromatizantes o bien porque
los solventes pueden contener thinner (como sucedió en una ocasión).
Todo eso
lo sabemos. Lo saben los dominicanos y lo saben los haitianos que también
mueren en ocasiones por algún contaminado clairin o kleren, como es denominado
en la vecina nación.

Si la amenaza para la salud es la
adulteración de un producto, ¿por qué no mejorar el producto? Ahora que
hablamos de emprendimientos económicos, que hacemos apología de industrias caseras
y empresas familiares, pudiera entenderse esto como una oportunidad.
Negarse es asumir que la realidad
nuestra ha terminado fracasando como la rebelión de los internos del
psiquiátrico en la novela de González
Herrera: Que los locos hagan
justicia, que tomen el control del manicomio para: “establecer un gobierno
justo y beneficioso para la comunidad”. Una revuelta que puede tener de
fondo la canción del mexicano que desgarrado invita al último sorbo de la
botella: “Nada me han enseñado los años / Siempre caigo en los mismos
errores”.
Mientras
más videos se compartan en las redes sociales, mientras más guardias se
fotografíen destruyendo envases y se disparen alarmas que no encuentran eco… mientras
eso pase tenemos la certeza de que el momento del último trago aún no ha
llegado.
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