Por Luis Córdova
La indignación, al igual que la pandemia del
coronavirus, corrió aceleradamente de un confín a otro. Tuvimos mejor suerte
que con la salud gracias a que Daniel Innerarity nos facilitó las cosas con sus
ensayos.
Vimos, y vivimos, oleadas de ciudadanos que
demandaban atención y solución a problemas que iban desde derechos de cuarta generación
hasta las más remotas luchas como la paridad en el salario femenino o el
respeto a las diferencias por raza u origen.
Mientras la monotonía de la covidianidad alargaba
los días, irrumpió en las redes el video en el que se veía a un policía
(blanco) de rodillas sobre el cuello de un hombre (negro). La indignación esta
vez vino en tecnicolor y lista para exportar.
Pero, ¿quién fue ese hombre negro cuya muerte
despertó tanta repulsa? Una enorme cantidad de manifestaciones y protestas,
primero en las calles de Minneapolis y
luego en más de 400 ciudades en cincuenta estados de la Unión. El asesinato de
Floyd, así como la muerte en 2014 de Eric Garner, en idénticas circunstancias
pero ocurrida en Nueva York, nos hacen trocar la mirada a viejos conceptos y
nuevas maneras de vida.
Si el racismo es una exageración, una postura
extrema, la mejor manera de combatirlo, denunciarlo o repudiarlo debió
encontrar otras formas que compensaran su mal sobretodo en un siglo que como el
XXI exagera cambios y evade frustraciones. El racismo ni es natural ni
universal o metahistórico, sino un producto, una creación de la cultura y del
pensamiento humanos, una forma de conducta y por ello un fenómeno toralmente
histórico. Esto significa que el racismo es susceptible de cambiar y de hecho
ha cambiado una y otra vez en el curso de la historia.
¿Hasta qué punto lo ocurrido en EEUU es un modelo
replicable en los países donde se han levantado ciudadanos “indignados”? Si el
racismo se considera como una actitud mental a consecuencia de la ignorancia y
el temor social a la pérdida de estatus, cómo es posible que mueva a masas en
sociedades con características tan mezclada, mestiza y desorganizada en la que
el tema de raza sencillamente no sea comprensible por la experiencia histórica
y termine la gente obviando lo verdaderamente preocupante: la muerte por un
abuso de la autoridad y no solo el color de los actores.
Lo humano no debe conocer de fronteras. La brutalidad
de la autoridad nos debe unir en su señalamiento y sanción, pero el elemento
racial lo complejiza todo. El caso de George Floyd rememoró que es posible hoy
una etapa que creíamos superada. El caso de George Floyd reveló que el curso de
las demandas se ejecuta mucho más rápido en gran medida por la viralización de
la denuncia.
Los últimos momentos de la vida de este hombre,
tendido en el pavimento, indefenso, han servido más que la incalculable cantidad
de imágenes de protestas (algunas genuinas y de otras de reprochables e
injustificados saqueos). A días de su muerte la Universidad Central del Norte
en Minneapolis anunció una beca conmemorativa en nombre de Floyd. Según el
anuncio, y a pesar de la enorme cantidad de personalidades que se ha
solidarizado, el fondo de la beca ha recibido poco más de cincuenta mil dólares
en donaciones.
Pero entre los muchos ¿quién sabe lo que
verdaderamente legó Floyd? Nacido como George Perry Floyd Jr. (1973- 2020), fue
un hombre de la sociedad norteamericana, integrado y que revelaba los intereses
y esperanzas de su época, su grupo racial y su nación. ¿Su muerte eclipsa su vida
toda? Fue criado en Cuney Homes en Houston, Texas y dado su estatura los
llamaron el «gigante suave». Gracias a sus dotes naturales jugó baloncesto y
fútbol en la Escuela Preparatoria Yates, y asistió a la Universidad Comunitaria
de Florida del Sur por dos años, donde jugaba en su equipo de baloncesto.
Abandonado los estudios trabajó en talleres de personalización
de automóviles y se unió al grupo de hip hop Screwed Up Click. Venido de las
calles la vida le golpearía con la prisión en más de una ocasión. Un robo a
mano armada en 2007 lo mantuvo tras las rejas hasta 2009. En lo adelante trabajó
como camionero y vigilante de seguridad en un restaurante. Grabaría algunos
videos porno amateur y un video contra la violencia de las armas de fuego.
El año de su muerte a causa de la pandemia del COVID-19
perdió su trabajo y sobrevivió a la enfermedad. A lo que no pudo rebasar fue a
un policía para el cual fue sospechoso de pagar con un billete falso de veinte
dólares. Nueve minutos para reducir toda una vida a la nada, a la sospecha, a la
intolerancia y a la bestialidad.
La indignación debe superar la violencia. Debe
encontrar otras formas. Alguien debe rescatar los 46 años vividos de Floyd, los
cinco hijos y las canciones que dejó y las pocas personas que las recordaran.
Nos indignamos por la muerte, sí. Pero demos
hacerlo por todas, las de todos los colores y por todas las causas, incluida la
natural.
Enlaces:
https://lainformacion.com.do/opinion/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor
https://elnuevodiario.com.do/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor/#gsc.tab=0
https://minutoaminuto.com.do/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor/
http://turnolibre.com/website/detalles_opinion.cfm?m=5&seccion_id=38&post_id_value=426
http://www.elcentineladigital.com.do/nacional/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor
https://noticiasentreamigos.com.do/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor/
https://minutoaminuto.com.do/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor/
http://turnolibre.com/website/detalles_opinion.cfm?m=5&seccion_id=38&post_id_value=426
http://www.elcentineladigital.com.do/nacional/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor
https://noticiasentreamigos.com.do/george-floyd-indignacion-en-tecnicolor/