Por Luis Córdova
Por oficio y por
pasión constantemente expreso mis opiniones sobre los temas que son mi pasión.
La cultura es uno de ellos. La dinámica cultural de la ciudad y el país, desde
sus creadores y obras, hasta las instituciones públicas y privadas que intervienen
en la dinámica de las ofertas en un Santiago que, para trabajar su marca en
todos los ámbitos, debe asirse de sus tradiciones y cultura.
De ahí el
seguimiento a los cambios en las entidades del Ministerio de Cultura de la
República Dominicana. Cuando nos enteramos de la nueva dirección del Gran
Teatro del Cibao, celebramos que una persona que conoce el teatro (como
manifestación artística y como producción) fue designado en su dirección
general y artística. Aunque solo conozco
su obra y talento en las tablas, consideramos que era justo y necesario un
relevo de esta naturaleza en esa institución, hundida en un pasmoso letargo.
En ese momento, sin
causas ni argumentos, diletantes y “preocupados” por la cultura, quisieron
señalar argumentos ridículos como el que no fuese de la ciudad, o peor aún, no
conocer la trayectoria de quien había sido posesionado para sacar adelante esta
entidad.
En el corto tiempo
de la actual administración algunas medidas han sido positivas como el levantamiento de las áreas y su
estatus real para la disponibilidad del público, así como la valiente
exposición del deterioro infraestructural al presidente de la República.
Pero también en este
lapso se han impuesto algunas medidas que ameritan, al menos, su
reconsideración.
Por razón de su
estratégica ubicación el Gran Teatro ha sido el lugar ideal para caminar de los
adultos mayores de La Zurza, La Trinitaria, Rincón Largo, Centro de la Ciudad,
entre otros que se desplazan para poder hacer su caminata al aire libre pero
aprovechando la sombra de los árboles. Es ya emblemático “los caminantes del
Gran Teatro”, una tradición y una suerte de cofradía a la que me vinculé porque
mi fenecida abuela fue una de ellas.
Prohibir, como ha
comunicado la militarizada seguridad apostada en el parqueo, que algunos pocos
caminen en su interior rompe con una hermosa tradición que en nada expone los jardines, ni las instalaciones. Todo lo
contrario, se trata de un elemento humanizador de aquella mole revestida de
mármol. Una simple comunicación interna revocando la medida puede devolverle
paz a nuestros viejitos quienes no perderían el único espacio con estas
características que tienen en el polígono.
La disposición del
cobro de una “colaboración” para quienes utilizan las áreas exteriores y de
lobby, nos parece una medida compresible, dado el nivel de la crisis heredada, pero
la medida sería oportuna aplicarla solo a quienes hacen uno de fotografía y
videos a nivel profesional o comercial. Cargar a los visitantes ocasionales que
desean hacerse una foto en un espacio público como este debe ser ponderado; al
final de cuentas ¿cuánto pudiera generar la entidad con esta medida? Hay que
recodar que cobrar implica ofertar algún servicio como seguridad, acceso a un
baño y demás, quizás se esté aplicando aquello de más caro la sal que el
caprino.
En todo caso las
deplorables condiciones en la que se encuentra la jardinería, fuente y parqueos
amerita con urgencia la intervención. Trabajar en ello primero y ofrecer un
mejor paisaje por el cual merecer la contribución incentivaría hasta donativos.
El patronato sabe,
al menos eso suponemos, que los jardines en los sitios culturales tiene la
misión de acercar el pueblo a las instituciones. Muchas de las más icónicas del
mundo están rodeadas de verdor donde turistas y locales convergen para
recrearse y las gerencias de los centros culturales aprovechan para promover
sus actividades.
Es por esto que
cualquier medida tendente a limitar el libre acceso de la ciudadanía a las
instalaciones públicas de esta naturaleza debe hacerse no solo pensando en si
se tiene derecho o amparo legal, sino en cuál es la tradición, el uso que ha
dado la ciudadanía o si la misma lo ignoran. Recordemos a Lorca si la gente no
va al teatro, hay que llevarle el teatro a la gene.
La imagen
institucional ha sido un tema de lo más extendido entre la gente de cultura. Se
trata de la sustitución del emblema aportado por el arquitecto Nelson Viñas que sirvió para consolidar una imagen y diferenciada
del Teatro Nacional Eduardo Brito, pues era la preocupación del momento fundacional
del GTC por tratarse su edificio de una réplica del primero.
En ese sentido ese
logo es más propio de un teatro, además acentúa la tradición santiguera de los
ornamentos victorianos de nuestra arquitectura conjugada con los arcos
superiores del edificio. El propuesto, no tenemos la información de que en
efecto se materializara la sustitución, es una línea más propio de empresa,
además de que carece de originalidad pues se trata de colocar una silueta del
cilindro del Monumento a los Héroes de la Restauración sobre el isotipo del
Teatro Nacional, justamente lo que quiso evitarse en principio. Además de que
el nombre de la institución evoca a la Región en su nombre CIBAO, desborda lo
limitativo que puede resultar el Monumento, como símbolo de un municipio.
De la autogestión y manejo de precariedades
sabemos todos los que hemos asumido el rol de gestor cultural en algún momento
de nuestra vida. Por eso auguramos que la administración reconsidere por el
momento estas medidas, algunas factibles en lo venidero, mientras tanto
concentrarse en el momento y su desafío. Apoyamos la gente joven y con talento
que desea aportar al fortalecimiento de la cultura. Eso vale el aplauso. Los
ataques vienen hoy y lo harán mañana, no distraerse porque eso es parte del
show. Lo que no debe formar parte de un mal espectáculo es un patrimonio como
el Gran Teatro.
La gestión cultural necesita de independencia,
pero también de conectarse a la tradición. De otro modo no funciona. Las
rupturas son importantes (no obligatorias) en la ejecución de la obra artística
pero jamás en la gerencia (administración) de entidades o proyectos culturales.