Por Luis Córdova
La
imaginería popular desborda los discursos formales, a ella le debo el título.
En esta media isla vamos definiéndonos, reafirmándonos y negándonos.
Tomos
se han escrito para explicar nuestras desgracias y buenaventuras, sin que
todavía medie una balanza, viviendo el siglo 21, que nos ayude a determinar lo
malo de “los buenos” y lo bueno de “los malos”. Seguimos viendo la misma
película, una vaquerada del viejo oeste americano en donde los blancos, con sus
inagotables balas, mataban a nativos indios dotados de ingenuidad pero también
de flechas mortales.
Pero
volviendo al universo dominicano, dejemos de lado por un instante la
covidianidad, entre distanciamiento social y parafernalia vivimos las
elecciones y entre demandas de cambios ha llegado un nuevo gobierno.
La
tregua, las denuncias, las repetidas “sorpresas” de siempre: arcas vacías,
debemos comenzar de cero, el gran esfuerzo y demás. Aún siendo presidente
electo se conocieron los famosos “decretuits” con los cuales se anunciaba quien
iba a ser designado una vez se instalara el gobierno que ha de dirigir los
destinos nacionales hasta el 2024.
Los
nombres sorprendieron y aunque se quedan en el banco muchos de los que se
proyectaban funcionarios, por lo menos el liderazgo en el interior del país, se
ha ido conformando un perfil del funcionariado perremeista que dista mucho de
la “reivindicación de las masas” que pregonó el líder del partido de origen, el
viejo PRD, el del Dr. José Fco. Peña Gómez.
La
tradición en política pesa mucho. De ahí la indignación de algunos sectores que
se identificaban con “el cambio”, en especial los procedentes de estratos
populares, no solo porque todo se reduzca a tener o no un empleo sino porque el
ancestral anhelo de que se cumpla la tesis del “llegamos”, esa que implica un
nuevo orden que salde la deuda con los sectores deprimidos. Por eso reducir el
tema a que se trata de una simple demanda por acceder a la nómina pública es
banalizar el problema.
Pasada
la dictadura trujillista la división de clases fue a parar en el lenguaje
metafórico y didáctico de las alocuciones y textos que producía el profesor Juan
Bosch. Hablaba de los “tutumpotes” y los “hijos de machepa”, se erigía como el
gran maestro de la sociología dominicana.
El
ejercicio del poder por una casta vinculada a la tradición autoritaria, que se
paseaba por una moderna ciudad capital en un carro “pescuezo largo”, se
contraponía a los paupérrimos barrios de la ciudad y los campesinos víctimas de
las inequidades del latifundismo. Ambos empezaban a crear conciencia de que su
pobreza material presente no tenía que ser necesariamente para siempre.
El
partido que enfrentaba el status quo administró desde Bosch hasta Peña, el tema
de la esperanza y el cambio. Guzmán, Salvador, Hipólito y ahora como primer
candidato de un nuevo partido (PRM), Luis Abinader, que se conecta a esa
tradición.
Cuando
se conocieron los nombramientos, del gabinete central y algunos puestos de
segundo orden, vimos colocados miembros de la oligarquía (los antiguos
“tutumpotes” que si bien no tienen las características exactas que definiera la
teoría bochista de 1962, así lo revelan sus declaraciones juradas y currículums
que revelan profesionales de éxito), las
redes estallaron no solo por el vinculo de familiaridad entre los designados,
sino por la ruptura con esa esperanza que ahora debe reciclarse.
En
principio se trató como broma queriendo significar que esta élite que jubilosa
ascendía al poder se trataba de un grupito “popi”, pero resulta que el grueso
de votos y de generadores libres de contenido en las temerosas redes sociales,
son mayoritariamente “wawawa”.
De
ahí que la risa mutara a rostros adustos acorde con la investidura y el momento
de las crisis, la encontrada y la generada.
Los
“tutumpopis” son una expresión moderna del modelo clásico de gobernar. No debe
confundirse la explicación con resentimiento o complejos. En esta República la
discriminación, en cualquier sentido aún es noticia y los dominicanos ante el
desplante o la desesperanza se reinventa porque a fin de cuentas, eso dice,
“hay que tirar pa’ lante”.
Si
bien es cierto que la presente gestión gubernamental inicia con una dirección
de miembros de la clase alta, eso no es malo pero tampoco es bueno,
sencillamente es. La generación de riquezas en el sector privado en lo absoluto
refiere una eficiencia traducible al sector público.
Los
“tutumpopis” deben comprender el Estado. Aprender la diferencia inmensa entre
administrar lo público y lo privado.
Para
los demás están las redes y el tiempo. Les han recomendado “esperar”.