domingo, 16 de abril de 2017

Mucho ruido.

Por Luis Córdova

Algunas amistades se sorprenden cuando en las conversaciones cotidianas les planteo el tema de que si en las cercanías de sus casas, ya sea por los vecinos o transeúntes, “padecen” de ruido.

La generalidad de las respuestas es que se han visto en episodios en los que alguien determina por ellos cuándo podrán disfrutar de la “paz de su hogar”.

Los dominicanos parecemos haber subido el volumen a nuestras alegrías. Si bien esa cadencia nuestra sostenida en los ritmos de la música criolla ha ido mutando a tendencias urbanas y existe un producto cultural interesante, algunos ya se animan a estudiarlo, coexiste un fenómeno que de forma soterrada es detonante de múltiples males.

Mucho ruido. No solo se trata de una de las consecuencias del crecimiento demográfico o de ciudades superpobladas y de amorfo crecimiento. No. Existe ruido, mucho y bien alto, en los campos, los entornos más exclusivos de las ciudades, los barrios, los comercios, las torres, los residenciales.

¿Qué nos ha llevado a eso? Las respuestas desde el punto de vista de la psicología nos avocaría a alimentar ese pesimismo tradicional del pensamiento dominicano: la evasiva del escándalo para no hablarnos, no revelarnos en la soledad, en el silencio: fingir alegrías, exacerbar el supuesto gozo o disimular nuestra carencia de modales que implica una actitud sosegada.

El fenómeno se desplaza desde el carro de concho que a todo volumen pretende atraer sus pasajeros mientras incesantemente suena la bocina, pasa por la exigencia de espacio público de quienes invierten cuantiosas sumas en modernos equipos con el único objetivo de determinar quién hace más ruido.

Las razones por las que nuestro país se ha convertido en ruidoso corresponden a estudios sesudos. Mientras las universidades, a quienes corresponde originariamente la tarea, se dignan presentarnos sus hipótesis, el gobierno de la República ha iniciado una interesante campaña que ojalá transcienda las redes sociales, en las cuales se presentó por algunos días: #BájalaUnChinAEsaBulla.

Educar a los dominicanos de una generación que no han asimilado el crecimiento económico y que irrumpen sin miramientos cualquier norma social.

Más que necesaria, urgente la tarea de llamar a bajar el ruido si lo asociamos como un componente determinante de la violencia, en todas sus fases, además de la agresión sónica, exasperante en sí misma.

No es que se le pida a cada ciudadano leerse a Pablo d’Ors y su “Biografía del silencio”, un ensayo que muy bien le haría para enseñar a meditar a los dominicanos, sino de que se trata de aplicar y animar la promoción y ejecución de las legislaciones vigentes. Desde la misma Ley General sobre Medio Ambiente y Recursos Naturales (la No. 64-00) y la No. 287-04 sobre Prevención, Supresión y Limitación de Ruidos Nocivos y Molestos que producen contaminación sonora, así como la reciente Ley 63-17 de Movilidad, Transporte, Tránsito y Seguridad Vial de la República Dominicana definen un marco que tanto el gobierno central como los locales y los ciudadanos puedan canalizar los requerimientos para vivir en sosiego.

Pero no solo es normas jurídicas. Los estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre los efectos fisiológicos, psíquicos y psicológicos del ruido, que van desde la pérdida de la audición, el estrés, alteraciones del sueño, depresión, agresividad, bajo rendimiento laboral, hipertensión y enfermedades cardíacas deben ser tomadas en cuenta para integrar políticas públicas en esta área.

Si queremos ciudadanos sanos y mitigar la violencia, bajemos la voz y elevemos la discusión a los focos reales que merecen ser atacados. Una cruzada contra el ruido que involucre a los alcaldes, la Policía y las autoridades de la salud y medioambiente procurando el silencio y la tranquilidad que definen el real crecimiento (material, espiritual y educativo) de un pueblo que aspira a ser más alegre pero menos escandaloso.

Mientras tanto bajo el volumen de la radio en la que suena la ronca voz del flaco de Úbeda. Las canciones de Sabina, como en otras ocasiones, dan título a mis líneas.