domingo, 31 de diciembre de 2017

Cabañuelas

Por Luis Córdova

He creído, al igual que muchos dominicanos, que el tener la cercana referencia de la sabiduría campesina en la educación doméstica, es una suerte de privilegio.

Los citadinos califican de “sabichoso” al hombre de campo, los ejemplos llueven en la política y en la vida cotidiana. Es evidente que el calificativo se amplía en cada una de las regiones, salvando la abismal e incompresible división de que el país se divide en capital e interior (¡vaya usted a saber!).

En mi caso tuve acceso a esa sabiduría y en mi infancia muy temprana, desarrollada en el “centro” de una “ciudad del interior”, me puse en contacto con tradiciones de los mayores de zonas del Cibao y del Sur que de alguna manera convergieron en mi casa materna y en gran medida moldearon las costumbres, unas cuantas palabras, refrenes y una que otra predilección gastronómicas.

Por eso siempre que llegan estas fechas recuerdo las cabañuelas, ese arte de leer las aguas antes de que se formen nubes. Una proyección del clima rudimentario que viene desde milenios en sociedad precolombinas de Centroamérica y que algunos definen como “un cálculo popular basado en la observación de los cambios atmosféricos en los 12, 18 o 24 primeros días de enero o de agosto, para pronosticar el tiempo durante cada uno de los meses del mismo año o del siguiente”.

Aplatanado, el concepto de las cabañuelas, tiene variaciones desde doce granos de sal, cada uno por mes, colocados a la intemperie en el amanecer del primero de enero, hasta rezar cada noche de los primeros doce días del año. Del Norte al Sur, por lejano de las tierras, es mejor creer, tener fe y reafirmarse.

Desde entonces, se crea o no, en mi casa hacemos una cabañuela particular. Las acrobacias presupuestales nos llevan a eso, a colocar esperanzas no en granos de sal sino en mediar las sales de las dificultades para aderezar correctamente los días futuros: algunos denominan a esto “proyecciones”.

El país va construyendo cabañuelas, nos lo enseñaron los líderes políticos desde la Primera República, hasta pasada la Revolución abrilista. Desde “navidad con libertad”, los spot de felicitaciones y las cajas, se proyecta siempre que se tiene el poder que el año siguiente “será mucho mejor” y si se está en la oposición de que el “venidero será un año de grandes desafíos o muy difícil”.

Cabañuelas cotidianas del pesimismo que llevamos a cuesta, en la incertidumbre que lleva cada una de nuestras decisiones pues en “este país nadie sabe lo que va a pasar…”  o la certeza de que quienes hilvanan teorías de la conspiración y siempre proyecta que “algo va a pasar…” o alguien que reclama “!algo tiene que pasar!”.

Estemos en un extremo o en el otro la gracia de un pueblo con mucha fe, tanta que en muchos casos la confunde con lo tangible de su esfuerzo, está presente en las acciones.

Existen años malos. Existen tiempos mejores. Eso le dijo el bíblico José al Faraón con su sueño de vacas gordas y flacas. Eso nos dicen los diarios y el balance de cada uno, el bolsillo habla, a veces gruñe.

Desde una navidad sin treguas, nos acercamos a enero y parece que la resaca de la navidad se ha solventado con nuevos tragos de la misma realidad.

Coloquemos las cabañuelas con la misma fe del sembrador de nuestros campos, con la misma certeza de que el trabajo será bueno y que la semilla germinará. Proyectemos el mejor mañana confiando en nuestro propio esfuerzo, en nuestro trabajo, a fin de cuentas esa es la principal suerte.