Por
Luis Córdova
He
creído, al igual que muchos dominicanos, que el tener la cercana referencia de
la sabiduría campesina en la educación doméstica, es una suerte de privilegio.
Los
citadinos califican de “sabichoso” al hombre de campo, los ejemplos llueven en
la política y en la vida cotidiana. Es evidente que el calificativo se amplía
en cada una de las regiones, salvando la abismal e incompresible división de
que el país se divide en capital e interior (¡vaya usted a saber!).

Por
eso siempre que llegan estas fechas recuerdo las cabañuelas, ese arte de leer
las aguas antes de que se formen nubes. Una proyección del clima rudimentario
que viene desde milenios en sociedad precolombinas de Centroamérica y que
algunos definen como “un cálculo popular basado en la observación de los
cambios atmosféricos en los 12, 18 o 24 primeros días de enero o de agosto,
para pronosticar el tiempo durante cada uno de los meses del mismo año o del
siguiente”.
Aplatanado,
el concepto de las cabañuelas, tiene variaciones desde doce granos de sal, cada
uno por mes, colocados a la intemperie en el amanecer del primero de enero,
hasta rezar cada noche de los primeros doce días del año. Del Norte al Sur, por
lejano de las tierras, es mejor creer, tener fe y reafirmarse.
Desde
entonces, se crea o no, en mi casa hacemos una cabañuela particular. Las
acrobacias presupuestales nos llevan a eso, a colocar esperanzas no en granos
de sal sino en mediar las sales de las dificultades para aderezar correctamente
los días futuros: algunos denominan a esto “proyecciones”.
El
país va construyendo cabañuelas, nos lo enseñaron los líderes políticos desde
la Primera República, hasta pasada la Revolución abrilista. Desde “navidad con
libertad”, los spot de felicitaciones y las cajas, se proyecta siempre que se
tiene el poder que el año siguiente “será mucho mejor” y si se está en la
oposición de que el “venidero será un año de grandes desafíos o muy difícil”.
Cabañuelas
cotidianas del pesimismo que llevamos a cuesta, en la incertidumbre que lleva
cada una de nuestras decisiones pues en “este país nadie sabe lo que va a
pasar…” o la certeza de que quienes
hilvanan teorías de la conspiración y siempre proyecta que “algo va a pasar…” o
alguien que reclama “!algo tiene que pasar!”.
Estemos
en un extremo o en el otro la gracia de un pueblo con mucha fe, tanta que en
muchos casos la confunde con lo tangible de su esfuerzo, está presente en las
acciones.
Existen
años malos. Existen tiempos mejores. Eso le dijo el bíblico José al Faraón con
su sueño de vacas gordas y flacas. Eso nos dicen los diarios y el balance de
cada uno, el bolsillo habla, a veces gruñe.
Desde
una navidad sin treguas, nos acercamos a enero y parece que la resaca de la
navidad se ha solventado con nuevos tragos de la misma realidad.
Coloquemos
las cabañuelas con la misma fe del sembrador de nuestros campos, con la misma
certeza de que el trabajo será bueno y que la semilla germinará. Proyectemos el
mejor mañana confiando en nuestro propio esfuerzo, en nuestro trabajo, a fin de
cuentas esa es la principal suerte.