
Una mujer y su
acordeón. Desde las fiestas en las galleras hasta los grandes escenarios en las
metrópolis, iba ella abriendo camino, superando la herencia de “Juana la
Bozúa”, primera mujer acordeonista del país. Se erigía Fefa en mito. Por encima
de los acordes, por encima de repetidos cantos, elevada a los cielos del
parnaso criollo y exaltada como “la mayimba”, categoría superior de los
artistas nacionales pendientes de estudio.
Fefita, Fefa, la
Vieja. De su música se puede hablar tanto como de su personalidad. Alguna magia
proporcionó su arte para que sus canciones sobrepasaran la denuncia y crítica
social sin ser tocada por odios políticos, alguna seducción misteriosa tiene su
voz de mujer que recogió pasiones de hombres de conuco hasta la juventud más
amorfa de nuestros días urbanos y estridentes. Supo, vamos a decir que fue
conscientemente, inaugurar plazas del espectáculo, transitar los tiempos de “a
lo moderno”, hasta la época de superbandas, los momentos de gloria adornados
con fantoches, dominican y capos, que preferían la música de tierra adentro esa
que aún retumba en sus cabezas por más sembradas que estén bajo las gorras de
los equipos de NBA o de Grandes Ligas; sus pechos hinchados por un amor a una
patria sin brújulas, sin otro territorio que el placer del instante.
Ella, la mujer que
es Fefita la Grande, tocaba y toca al margen de la realidad que devora
talentos, que hace efímeras las famas.
Su transcendencia es
la de una diva, que no seduce sólo con el show sino en el alma de inquietos
habitantes de la isla, o de criollos exiliados sobre nieve en extraños suelos.
Ella hace lo que los otros no han podido.
Porque precisamente
su figura estuvo al margen de la sensualidad morbosa y la gente veía a Fefita,
no con los ojos que mira los pornográficos vídeos y los vulgares cantos que
damas que no tienen mayores talentos que el de convencer a sus amantes de
cirugías y pagarles la plataforma para hacer sonar sus producciones y
c onvertirse en “artistas” en un tránsito sin pausas desde las artes amatorias
en la intimidad hasta hacerlo de manera pública, sobre un escenario o frente a
las cámaras.
De ese “espectáculo”
es que deben pronunciarse los que siempre llegan tarde, una Comisión de
Espectáculos Públicos que no justifica su existencia. En estos tiempos donde lo
virtual es el medio por excelencia hay que revisar el tipo de “prohibición” que
se emite, pudiera acaso pronunciar un señalamiento moral pero carece de todos
los medios para impedir el acceso y distribución. Miope e infeliz ha sido la
crítica.
Las glorias del arte
crecen cuando las prohibiciones sin sentido llegan a su carrera. Muchos quedan
atónitos cuando escuchan este tipo de cosas y entre amargos le ha
surgido un nuevo amor. Aún somos una isla en el remoto Caribe donde los nativos
sueñan libertades mientras construyen mitos, héroes y divas al margen del
discurso oficial, al margen de lo que “debe ser”, para entonces, desde la
marginalidad, seguir siendo.