viernes, 18 de mayo de 2018

La diva prohibida

Por Luis Córdova

El giro de su cadera quedaba a media luna. Nunca su cadencia desbordó la pasión del macho isleño. En eso consistía su encanto: su gestualidad, su peculiar feminidad se condensaba en su solo nombre, “Fefa”, expresión de cariño, cercanía y reafirmación cibaeña, región donde se acortan nombres y colocan apodos como muestra de afecto.

Una mujer y su acordeón. Desde las fiestas en las galleras hasta los grandes escenarios en las metrópolis, iba ella abriendo camino, superando la herencia de “Juana la Bozúa”, primera mujer acordeonista del país. Se erigía Fefa en mito. Por encima de los acordes, por encima de repetidos cantos, elevada a los cielos del parnaso criollo y exaltada como “la mayimba”, categoría superior de los artistas nacionales pendientes de estudio.

Fefita, Fefa, la Vieja. De su música se puede hablar tanto como de su personalidad. Alguna magia proporcionó su arte para que sus canciones sobrepasaran la denuncia y crítica social sin ser tocada por odios políticos, alguna seducción misteriosa tiene su voz de mujer que recogió pasiones de hombres de conuco hasta la juventud más amorfa de nuestros días urbanos y estridentes. Supo, vamos a decir que fue conscientemente, inaugurar plazas del espectáculo, transitar los tiempos de “a lo moderno”, hasta la época de superbandas, los momentos de gloria adornados con fantoches, dominican y capos, que preferían la música de tierra adentro esa que aún retumba en sus cabezas por más sembradas que estén bajo las gorras de los equipos de NBA o de Grandes Ligas; sus pechos hinchados por un amor a una patria sin brújulas, sin otro territorio que el placer del instante.

Ella, la mujer que es Fefita la Grande, tocaba y toca al margen de la realidad que devora talentos, que hace efímeras las famas.

Su transcendencia es la de una diva, que no seduce sólo con el show sino en el alma de inquietos habitantes de la isla, o de criollos exiliados sobre nieve en extraños suelos. Ella hace lo que los otros no han podido.

Por eso, en estos tiempos en que somos bombardeados por la mediocridad, en los reductos de un espectáculo que se atomiza, el que su figura de diva sin tiempo se mueva en el ritmo de los urbanos, mereció aplauso, millones de visitas en los canales de YouTube y que se hiciera viral en los grupos de redes sociales.

Porque precisamente su figura estuvo al margen de la sensualidad morbosa y la gente veía a Fefita, no con los ojos que mira los pornográficos vídeos y los vulgares cantos que damas que no tienen mayores talentos que el de convencer a sus amantes de cirugías y pagarles la plataforma para hacer sonar sus producciones y convertirse en “artistas” en un tránsito sin pausas desde las artes amatorias en la intimidad hasta hacerlo de manera pública, sobre un escenario o frente a las cámaras.

De ese “espectáculo” es que deben pronunciarse los que siempre llegan tarde, una Comisión de Espectáculos Públicos que no justifica su existencia. En estos tiempos donde lo virtual es el medio por excelencia hay que revisar el tipo de “prohibición” que se emite, pudiera acaso pronunciar un señalamiento moral pero carece de todos los medios para impedir el acceso y distribución. Miope e infeliz ha sido la crítica.


Las glorias del arte crecen cuando las prohibiciones sin sentido llegan a su carrera. Muchos quedan atónitos cuando escuchan este tipo de cosas y entre amargos le ha surgido un nuevo amor. Aún somos una isla en el remoto Caribe donde los nativos sueñan libertades mientras construyen mitos, héroes y divas al margen del discurso oficial, al margen de lo que “debe ser”, para entonces, desde la marginalidad, seguir siendo.