Por
Luis Córdova
Conocí
a Monchy Rodríguez lejos del fragor político, y qué bueno. Los temas de un
debate eterno fueron meramente académicos. En cierta medida todos sus
compañeros maestrantes aprovechamos sus experiencias, abrevando en las fuentes
de lo fáctico, del poder por dentro, de ese que dista de manera abismal del planteado
en la teoría.
Nos
conocimos en las aulas. Obvio que la política, la formación y la pasión,
siempre desborda las conversaciones y va permeándolo todo. Los temas y sus
enfoques de la escuela marxista de los primeros días de una juventud fogosa
refulgían en los anhelos de un nuevo orden, de convertir en realidades las
quimeras boschistas; mientras, del otro lado de la acera: la realidad que
golpea duro, reduciendo a añicos sueños, pero también renovando esperanzas.
Monchy
y yo compartíamos lecturas. Entre las pausas de las clases, al retorno del
almuerzo o en medio del tedio de algunas cátedras conversábamos de las
perspectivas de cómo emplear los conocimientos que íbamos adquiriendo, cómo
llevar la ciencia al desarrollo de la política partidarista y cómo pudieran los
partidos motivar de nuevo a que su militancia se forme de manera adecuada.
Pero
nuestra amistad fue truncada por el infortunio. Apenas iniciábamos a construir
un vínculo cercano que superaba las diferencias ideológicas y conceptuales,
había respeto, uno genuino y que profesó a todos los que compartimos los
sábados del último año.
Aún
me parece mentira su muerte. Veo los videos y ese hombre lleno de vitalidad,
buen humor… busco los recuerdos últimos de la conversación por whatsaap en la
que su última línea frente a una posposición de una actividad fue “ya tendremos
tiempo”.
Así
fue con nosotros. Todos los maestrantes de Ciencia Política y políticas
Públicas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), recinto Santiago,
cuya apertura, en buena manera, se debe a su tenacidad, auspicio y motivación.
Pero
Monchy se ha ido. Dejó lecciones de humildad, esa que es genuina. Siempre
puntual y cumplidor. Respetuoso incluso ante discusiones estériles de
coyunturas. Estaba en actitud de aprender, un elocuente ejemplo de superación
permanente fue su vida.
Nos
sentamos en butacas contiguas. Las muchas notas que iba tomando y las mías nos
hacia estar en contacto permanente de qué punto nos faltaría para aprovechar
cada detalle de alguna buena cátedra. En la humildad por aprender consistía un
liderazgo que nos convencía de la posibilidad de otro modelo diferente al de
muchos otros políticos, encumbrados en la sapiencia del poder efímero.
Muchos
no se explicaban el por qué de ese sacrificio de todos los sábados.
La
respuesta se fue contigo. Pendiente la idea del libro de Rafael, los proyectos
con Juan, las denuncias de Marcos de que el “Monchismo” estaba subsumiendo al
“cordovismo".
Tantas
cosas que no caben en el olvido, ni en la palabra muerte. La intensidad de tus
días, la impronta del liderazgo de tu equipo, lo contaran otras voces. La mía
se acalla en el dolor de una silla vacía que a mi lado parece decir: desde éste
los sábados serán diferentes.