Por
Luis Córdova
Un
rostro asoma tras el color. El Caribe ha tenido, por fin, los matices de otra
paleta. Juan Gutiérrez vino a liberarnos de la mismidad del ser insular.
Tanto
sus obras como su personalidad resultan interesantes, atrayentes. Sus
inquietudes artísticas y sociales se traducen en una línea temática que revela
el gran trabajador y el persistente soñador que en su constante sonrisa nos lo
dice todo.
Gutiérrez,
nos llamamos por nuestros apellidos, es sin dudas uno de los más destacados
miembros de su generación, tanto por su talento creativo, la pasión con la que
trabaja, el volumen de su producción de obras, así como el discreto liderazgo generacional
que le ha sido dado por sus compañeros y que ejerce con humildad: siempre tiene
un proyecto en el que involucra a los demás, un gestor cultural de la estirpe
romántica que se encuentra en peligrosa extinción.
Formado
en la Escuela de Bellas Artes y egresado de la Escuela de Diseño de Altos de
Chavón, estuvo asociado como docente a la Escuela de Arquitectura de la
Pontificia Universidad Madre y Maestra (PUCMM). Obtuvo premios en el Concurso
de Arte Joven de Helvetas (su obra denuncia sobre la contaminación medioambiental
“¿Dónde jugarán los peces?”, llamó la atención de la crítica de manera
positiva) y el de carteles del Festival Internacional de Cultura ArteVivo. Ha
mantenido una permanente participación en colectivas tanto en el país como en Estados
Unidos, Puerto Rico y Venezuela. Se destacó en la muestra Duarte 2020 por un
trabajo en que recreaba el rostro del patricio en base a la letra “a”.
Presentó
su primera exposición de manera individual en un ya lejano 1995, la llamó
“Reminiscencias de mi pueblo” y la influencia de extrañar campiña cibaeñanatal,
abandonada para cursar sus estudios en la región Este del país, hizo que unas
mujeres de cuello largo se refugiaran bajo sombrillas de la tenue, pero
persistente, lluvia de nostalgias.
Vendría
una segunda individual en el año 2000, ahora las raíces estallarían en luz y
unos medallones se alzarían con el asombro. Se sumaron dos más, una en la
ciudad de La Vega y otra en el paraninfo de arquitectura de la PUCMM.
Llegaría
el turno de las greñudas, de nuevo la mujer: de aquellas recreadas en color
negro pero de siluetas caucásicas devinouna dama afro, una mujer-Caribe que se
eleva sobre el color para arrebatarlo todo en una exposición libertaria de
identidad que denominó “Miradas y esencias” (2016).
Caseríos.
Rostros. Paisajes. Críticas. Denuncias. Pausas.
Ahora
detiene su camino en “Desacatos” que en este 2021 se hará itinerante según los
planes del artista.
Una
factura más depurada y la madurez que revela los años de permanente ejercicio
pictórico. El neoexpresionismo de este santiaguero dialoga con la abstracción.
Son
obras producidas en la cuarentena que ha encerrado al planeta y que en el mundo
de Gutiérrez rompe el claustro en una búsqueda de paisajes interiores, que
estallan en las montañas de la cordillera, las vegas cibaeñas o en la memoria
de un ojo que ha viajado el mundo recogiendo instantes, a veces tomado de la
mano de un Van Gogh demasiado tercoque termina convertido en viento.
Desacatos
invita a la libertad y tal como la enseña la ética filosófica, es inherente al
humano. De eso han venido a hablarnos unos rostros que se asoman desde la
naturaleza con otros colores del Caribe. El ritmo de un viejo que peina las
montañas, la experiencia del aire no contaminado que un visitante citadino se
lleva en sus adentros. El paisaje lo seduce en cuanto se adentra, un intruso
que llega para robar matices.
Mucha
luz y mucha hierba, y no las hojas que Whitman esparció, estas permanecen en
constante movimiento, alegoría de la vida que el vate norteamericano jamás
comprendería.
La
muestra es importante porque es arte de y post pandemia. Es lo que nos vamos
revelando luego de un encierro físico demasiado largo para una generación que
ha tenido demasiada libertad. ¿Demasiada? ¿Libertad?
Algunas
respuestas vienen rotas. Otras vienen como“Aire puro para exportar”: una lata
que se lleva parte de la memoria de la montaña.
Juan
Gutiérrez, con su gracia y talento, ha venido a recoger paradigmas y lejanías
de estos últimos meses. Las angustias superadas bajo un cielo que se viste de
montaña en azules y verdes, en un sol deamarillos tostados que no se define si
es la mañana o atardecer, a fin de cuentas,lo mismo da:el tiempo no cuenta
cuando el desacato es una necesidad humana, el ejercicio de la irreverencia a todo
lo imperfecto de la vida.