Por
Luis Córdova
Las
pausas terminan haciendo bien. Hace unas semanas problemas familiares de salud
me llevaron a pasar largas horas meditando en quién está verdaderamente cerca,
entendiendo la “cercanía” como esa práctica cristiana de sentir compasión por
el otro.
Aunque
esta columna recoge nuestras inquietudes sobre política, políticas públicas,
municipalidad y cultura, siempre se hace necesario volver a la libertad de
expresar este tipo de cosas, aunque para ello aún conservo una bitácora en la
que hago ejercicios de catarsis.
La
solidaridad es un concepto que el Papa Francisco ha incorporado al debate de la
iglesia. Dice que es desde solución a guerras hasta la verdadera paz entre
naciones y humanos.
Recibí amplias expresiones
de afecto. Sobrepasamos la adversidad, como en otras ocasiones, soportado sobre
el afecto de personas que han estado siempre y otras que la vida va sumando. Me
siento afortunado.
Mientras pasaban esas horas,
revisaba unos textos pendientes, estudiaba notas noticias y repartiendo tiempo leía
la cotidianidad desde otra perspectiva, me intrigó la angustia de pueblos por
la llegada de la vacuna para la Covid-19.
Cómo se enfrentaban a
nieve, a largas distancias, desafiando los peligros y las limitaciones propias
de la población de más edad, priorizada en el cronograma que estamos
desarrollando en occidente. Procuraban salvar el cuerpo.
En paralelo leía las líneas
colgadas como anuncios en las redes sociales y en algunos chat a los que
raramente me detengo. Un dejo de desilusión va acompañando el discurso, las
acciones, los vacíos. ¿Procurarán salvar su paz mental, su alma?
Para algunos el “más
tener”, con sus angustias disfrazadas de metas y su sucio egoísmo perfumado de
logro, hacen que el humano construido en códigos neoliberales se otro cristiano,
uno muy distinto al que nos describía el Mesías o al que inspiró a San Agustín.
Estas lecturas me han
vuelto a Ingenieros, un clásico que siempre se reinventa: “el hombre mediocre
llama ideales a sus preocupaciones”. Ese humano que no acepta “ideas distintas”
asiste a cada instante a la distracción de lo virtual procurando
desesperadamente convencerse de que “su expectativa” de la vida también es
compartida por otro. Ese otro ajeno, ese otro que también busca lo mismo pues
comparten el mismo vacío que no encuentran en el amor, en el poder, el sexo, en
los antiguos y postmodernos pecados. Hasta aquí llego al quien me ha salvado de
tantas en estos días, Byung-Chul Han.
La desilusión entonces
penetra y amenaza. Aunque en verdad no me encuentro a salvo de desilusionarme, es
igual a lo que me sucederá cuando en algún momento me vacune contra la Covid, para
ambas pretendo tener conciencia.
Por eso las pausas, aunque
forzadas, siempre nos hacen bien, sobre todo si sirven para renovar votos de
amistad. La solidaridad, que nos terminará salvando de nosotros mismos, en la
única vacuna posible contra la desilusión.
Publicado:
https://elnuevodiario.com.do/vacunarse-contra-la-desilusion/
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