Por Luis Córdova
No es sino hasta
que llegó a mis manos un ejemplar del libro “Buen gobierno y política social”,
que me aproximé a estas conceptualizaciones.
El volumen, editado
por Salvador Giner y Sebastián Sarasa, recoge unos trece ensayos de diversos
autores y pretende darnos una visión ciclópea que va desde la ética del buen
gobierno hasta explicar lo tangible que resulta el neoliberalismo en nuestra
vida cotidiana; la obra tuvo un gran impacto internacional y provocó el interés
de muchos en varios niveles de las sociedades.
La difusión del
concepto “buen gobierno”, ayudó a crear una generación de ciudadanos con cada
vez con mayor conciencia de hacer y merecer un Estado (hablo en sentido
abstracto y global) con mas altos
niveles de eficiencia y eficacia.
Es por eso que términos
como “Gobernanza” (governance) y/o “Buen Gobierno” (good governance) han venido
a formar parte de nuestro argot, acentuando en nosotros un señalamiento hacia
lo que es “el mal gobierno”, al que la sociología moderna acusa como una de las
razones principales de los males en nuestras sociedades.
Giner y Sarasa
ofrecen la siguiente aseveración: “el arte de gobernar bien es, hoy en día, arte
democrática. Ya no se trata sólo de que los gobernantes sepan salirse con la
suya, ni tampoco de que una sociedad encuentre estables y, a ser posible,
felices equilibrios en su seno. Se trata también de que la ciudadanía se
beneficie del ejercicio de una voluntad de justicia distributiva y de su puesta
en vigor por parte del gobierno”.
El Buen Gobierno tiene
ocho características principales: participación, legalidad, transparencia, responsabilidad,
consenso, equidad, eficacia y eficiencia y sensibilidad.
Estas características
se han convertido en indicadores del nivel de cumplimiento de los gobiernos,
siendo vistos como estrictos administradores, y los administrados con
compromisos claros para hacer un trabajo conjunto en lo que podemos llamar una
“ciudadanía responsable”, es decir, una participación directa por medio de
instituciones o representantes que “informados” y bien organizados, se
constituyan en una real “sociedad civil” organizada.
En cuanto a la Legalidad
el “buen gobierno” requiere de un marco legal sano, es decir, sin vicios ni
propenso al limbo jurídico; dando a la ciudadanía garantías de una protección
total de los derechos humanos y de un poder judicial independiente e imparcial.
La existencia de este marco desemboca en un alto nivel de Transparencia.
Hemos hablado de Responsabilidad
en cuanto al ciudadano, pero es impensable para un Estado viable que éste procure
la equidad, tenga instituciones y sistemas que procuren respuestas y ofrezcan
servicios de manera satisfactoria.
Este nivel de
satisfacción hará más fácil el Consenso, puesto que la mediación que ha de
necesitar el gobierno para la solución de problemas complejos, que requieran
esfuerzos y sacrificios conjunto con determinados sectores de la sociedad
civil, puedan contar con el respaldo de la mayoría con fines de alcanzar
objetivos específicos.
De este modo la Equidad
queda implícita, no sólo se trata de “sacrificar” sectores, ni de exigir
“sacrificios”, sino que al nivelar la conciencia de que se trabaja por metas,
toda la nación asume la parte que le corresponde. Ahora bien, esto significa
que las instituciones y los servidores públicos muestran la capacidad y la
voluntad de lograr estas propuestas, para esto entra a juego la Eficacia y la
Eficiencia.
Pero no solo se
trata de números, metas y objetivos se necesita mostrar Sensibilidad, mediar
entre los objetivos a largo plazo y las eventualidades que demandan urgencia en
ser atendidas.
De esto trata el “buen gobierno”.