Por Luis Córdova.
Julio César George es una de
las personas más formadas que he conocido. Compartiendo un café mañanero, como
es costumbre en las oficinas públicas, hablamos de lo soterrado, pero perenne,
que resultaba el “espíritu” de Lilís. Sí, el mismo espíritu.

Debo confesar que el leer la
“historia doméstica”, los adentros de un personaje determinante para la
construcción del arquetipo de poder en esta nación, uno logra ver a Hilarión
Level, ese puertoplateño sencillo, humilde, enigmático, que llenaría un cuarto
de siglo de la historia dominicana.
Y he dicho enigma. Hay que ver
el día a día, el ingenio y esa sabiduría que acumuló una vida exorbitante: de
un joven que formó filas en el Ejército Restaurador, a las órdenes del General
Gregorio Luperón, junto a quien llega a la Capital y a quien acompaña al exilio; que llega a
ser Gobernador de Puerto Plata nombrado por el Presidente Cabral; que fue
pirata en un vapor llamado Telégrafo; que es Comandante en Armas de Puerto
Plata en el gobierno de Ulises Fco. Espaillat; Delegado para el Cibao en el
Gobierno de Cesáreo Guillermo; Ministro de lo Interior y Policía en el gobierno
del Presbítero Fernando Arturo de Meriño.
El destino le aguardaba un
cargo mayor. Luego de sus luchas contra Guillermo en el Este, celebramos
elecciones y es electo el General Ulises Heureaux, para el período 1882-1884,
gobierno, a todas luces, democrático, plural y de una inversión social que
distingue una pulcra administración. Y Así vuelve al poder en 1887, luego de
ganar los comicios de 1886, con una compleja situación internacional a raíz de
la guerra de independencia de Cuba, de la cual se libró en cierta ocasión
diciendo: “Cuba es mi novia; pero España es mi esposa”.
Resulta interesante el hecho de
que al terminar su período Lilís llega a Puerto Plata a ofrecer un acuerdo
electoral a Gregorio Luperón de que aceptara ser candidato presidencial
acompañado de Manuel María Gautier, como vicepresidente. Luperón rechaza el
acuerdo y se presentan en escena dos binomios: Luperón-Imbert y
Heureax-Gautier. Triunfa Lilís y jura como Presidente en 1889. El Congreso
Nacional extiende de dos a cuatro años el período presidencial y permanecen sus
hazañas electorales hasta 1897.
En este último año se presenta
a la reelección, pero esta vez si oposición alguna, por lo menos electoral,
pues el 26 de julio de 1899, caería a plomo en Moca.
Todo esto es historia patria.
Paralelo al hombre público está el dominicano de ingenio. Un hombre formado por
sí mismo que llegó a dominar el inglés y el francés, un autodidacta y que en su
momento llegó a tener reconocimiento y condecoraciones internacionales de gran
valor y en el plano local fue nombrado por el Congreso Nacional como
“Pacificador de la Patria”.
Hemos hablado de manera escueta
de sus cargos, de los hechos de su vida pública sin valoraciones alguna, sin
ninguna otra pretensión que asumir. Del Lílis dictador, de la política de
endeudamiento, de “las papeletas de Lilís”, del padre de doce hijos, de su
vuelco de político de avanzada a caudillo, del hombre de armas a tomar, se ha
dicho mucho; verdades o mentiras, justas o falsas aseveraciones de las que se
encargará la historia.
Frente a la novedad que implica
la remodelación de la
Catedral de Santiago, fuimos al acto en que familiares del
personaje depositaron los restos del mismo, tal como estaban antes de los
trabajos. De los murales y otros detalles hablaré luego. De la tarja, de la
lápida de Lilís, no puedo esperar, reza del siguiente modo: “Ulises Heureaux.
Nació el 21 de octubre 1845, ajusticiado el 26 de julio de 1899. Presidente de la República 1882-1884.
1887-1889. Requies catin pace”.
Para la Real Academia Española ajusticiar
es “dar muerte al reo condenado a ella” o “condenar a alguna pena”.
Mi asombro viene porque por el
cuidado atribuido a todos estos trabajos catedralicios, es difícil suponer un
desliz de tal magnitud, sobretodo al recordar la encíclica Evangelium Vitae de
Juan Pablo II, aquella que denunciaba el aborto, la pena capital y la eutanasia
como formas de homicidio, condenable por nuestra fe.
Ante el “no matarás” de los
mandamientos y la reflexión de la muerte del grueso catecismo que cuando niños
nos obligaron a leer y esa paz que produce “esperar en el Señor” y nunca hacer justicia por nuestras propias manos,
quedo atónito ante la lápida de Lilís.
Del acto de un joven, que en su
fogosidad quizás no alcanza la conciencia del pecado de su acto al herir de
muerte al dictador, como es el caso de Jacobito de Lara de dieciséis años, o
del mismo Ramón Cáceres que decidido a vengar la muerte de su padre (Manuel
Altagracia Cáceres), abre fuego, contra el gobernante manco que confiado moriría
en una apacible tarde mocana.
Como personaje histórico y por
ende de todos los dominicanos, al Lilís que he interpretado de mis lecturas lo
dejo que lo juzgue Dios. Mientras tanto me olvido de la tarja sigo en releyendo
al inagotable ejemplar de Cosas de Lilís, que aún no he devuelto a George.