lunes, 31 de diciembre de 2012

El libro del Dr. Tallaj


Por Luis Córdova

Un hombre es su pasado: las cosas que hizo o dejó de hacer vienen como nubarrones cuando el aguacero de la muerte asoma. Algunos van definiendo las líneas que han de servir para rescatar su nombre del implacable olvido. Un hombre es, entonces, lo que dice o lo que calla; los valientes se arriesgan a entregar un pedazo de sus vivencias como fue el caso del Dr. José A. Tallaj (1925-2008), con su libro “Un médico en La 40: recuerdos de una conspiración” (Santo Domingo: Editora Búho. 2006. 143 p).

Su lectura es descorrer las cortinas para asistir al altar interior de una noble personalidad de la ciudad, del Santiago romántico, en el cual todos éramos vecinos. Lo veía desde lejos en el ala izquierda de la Catedral, en la misa de las cinco; llegaba con paso presuroso, a doblar sus rodillas ante el Cristo. Así conocí, de lejos, al  pediatra de Santiago. Generaciones de santiagueros contaron con sus servicios, una tarea que va desde finales del 50 hasta prácticamente su muerte: tenacidad y entrega a un trabajo del que ni el peso de los años pudo separarlo y lo mantuvo siempre en medio de una infinidad de gratitudes que calladamente le profesan madres, que como la mía, que proyectaron en él la sanidad de sus hijos, venidas de las manos de un curador calmoso, fumador y de risa fácil.

El Dr. Tallaj fue absuelto de la cárcel de la memoria. Por eso escribió su testimonio, no para purgar su honor sino para liberar esas ánimas que le surgieron en su cuerpo cuando los foetes de “La 40” hicieron estragos en su piel, en su alma. Si bien el estilo de la prosa de sus memorias es sobrio, escrito con la sola pretensión de comunicar, de sacar esas verdades que se constituían en arcanos, de esos que se hacen necesarios liberar, para entonces despertar otras vidas a la conciencia.

Al momento del Dr. Tallaj caer en La Cuarenta tenía un crédito en la comunidad de Santiago y treinta y cinco años de edad, una etapa en la que ya el hombre, y más el de ese entonces, tenía los perfiles de su vida bastante definidos. En ese momento es cuando irrumpe en su fuero interior la idea de libertad. No la libertad vista como un ideal o una quimera, sino como una eminente necesidad. Las conversaciones en el carro de un amigo, haciendo recorridos sin rumbo fijo,  a sabiendas que el Volkswagen no por casualidad se divisaba en el retrovisor. Esas incertidumbres, esos silencios, esa callada complicidad de todos en contra y a favor del “sistema”, nos hacen más palpable la idea de cómo era la vida en la dictadura. Por eso la fruición con que los santiagueros leemos un libro como éste, con nuestras calles como escenario de esos días ya viejos.

Parece que las cosas sucedieron ayer. La pasión por el detalle, delata el horror de sus días en la cárcel. Ahora bien, esa meticulosidad para describir no está presente en el momento de narrar las torturas y las bestiales rutinas que les imponían, así que uno podría colegir que destaca las verdades sin voluntad de autoproclamarse héroe, una actitud que carcome a quienes, como él, han escrito sus experiencias en esas horas aciagas de la historia nacional.

El Doctor nos permitió descubrirlo; permitió que viéramos desde sus anteojos y entendiéramos esa parte que intencionalmente hoy nos las tratan de borrar. Ahí está su libro, la narración de parte de su vida; solo una parte, quizás la más dolorosa, la que socialmente le marcó con desafectos de los allegados al régimen. Pero ese mismo Santiago ahora aplaude el tesón mostrado en su compromiso con la causa y el valor para contarlo sinceramente.

Ya el Doctor Tallaj no está, pero sí su libro, su testimonio. Estas páginas harán que las generaciones del presente y del futuro, sepan que él no sólo fue nuestro pediatra y su nombre no es sólo el de una calle, sino un callado héroe que prefirió inclinarse ante el Cristo de una Catedral de pueblo que entregarse a los pedestales de una bufona heroicidad. La sinceridad de su libro, nos dicen que poco le importó su vida cuando de cumplir con su profesión se trataba. Nos dice, eso deja en mi experiencia como lector, que prefirió testificar libertad y dejar su relato como testamento a su país.