
El hecho de escribir es parte de una
inminente necesidad de comunicación. Sólo se obtiene una obra artística genuina
si quien escribe de manera sincera.
Digo estas cosas para referirnos al libro “Entre
la Estatua y
el Monumento” (Editora F&M, 2007), que contiene cuentos de los periodistas Tony
Rodríguez y Luis Alfredo Collado, editados en un particular volumen que los
unifica y los divide: por cada lado del ejemplar las reuniones de las
narraciones.
Su lectura nos presenta dos visiones sobre el
mismo mundo y es ahí donde queda manifiesta la soledad de cada autor, que hemos
señalado como necesaria.
He empleado las palabras Ciudad, Soledad y Escritura.
Para entender estas cavilaciones me he propuesto establecer un nexo que aminore
la margen, tan distante y como cercana, entre la Estatua de la Libertad y el Monumento
de Santiago. Se me ocurrió entonces pensar en un viaje que nos llevara de un
lado a otro del libro, mejor dicho del ejemplar, y pasear con más propiedad
hacia uno u otro libro.
Para realizar ese viaje sugiero un Metro,
símbolo de la más avanzada “conceptualización” de la modernidad, según una parte de los que
nos dirigen. Así coinciden en el mismo vagón dos escritores que se han conocido
desde que solo eran periodistas.
Se cuentan. Nos cuentan.
¿Arrancamos? El primer pasajero irrumpe y he aquí las propuestas narrativas de Luís
Alfredo Collado, quien desde el mismo titulo de sus narraciones evoca la
potencial historia que se habrá de contar.
Por ejemplo “Mi viejo es un buen tipo” evidencia
su pasión por el detalle: desde el tubito de Canesten hasta el retrato de la Virgen de las Mercedes, se
manifiesta con fuerza y minuciosidad todos los detalles. De igual modo en
“Crónica de mi sitio”, plantea la introspección de un personaje que se
cuestiona a través de las estructuras morales de los personajes de su pueblo.
La capacidad creativa de Collado, lo hace
reorientar la locación de su historia, en el “El suicidio de las palomas”, una
lograda narración de alto vuelo imaginativo en el cual todas las palomas del
mundo fueron a morir a la Gran Manzana.
El Metro aun permanece estático. Sin embargo
la ruta de los artistas de la palabra va de retro, en el diálogo.
El segundo pasajero, conste que en este libro
no importa el orden, le corresponde a Tony Rodríguez, nombre con presencia ya
en la narrativa de la Región,
autor del volumen de cuentos “Nada que decir”, y con presencia en importantes antologías
locales.
Su imaginería se encuentra en franca
ebullición, dado los diversos temas que presentan sus historias. Se abre al
diálogo narrativo en esta propuesta con “Ilegales”, cadena cíclica de la
inmigración caribeña, en ese infinitesimal vínculo entre haitianos hacia
República Dominicana y de nosotros hacia Puerto Rico. Otros textos como “El
perdón” y “Un día en el río” acogen la crueldad: la muerte frente a una iglesia
de una madre que cierra por última vez sus ojos ante el llanto de su hijo, tan
pequeño que aun no comprende la tragedia; o la incertidumbre que deja el acto
sexual de una menor, ante el engaño de un adulto.
Rodríguez logra en muchos casos dejarnos
perplejos. ¿Fue realmente violada la niña? ¿Busca la mujer su muerte? ¿Qué
pasará con los habitantes de la
Sierra? Nos deja buscando entre las líneas los códigos que no
nos revela Tony, el escritor.

Leer “Entre la Estatua y el Monumento” me
hizo pensar en la recomendación de Cortázar cuando, al comentar los cánones de
Quiroga, habló de la “la noción de
pequeño ambiente”, criterio vinculado a la esfericidad del cuento: hacerlo
cerrado, importándole sólo a los personajes; ese es un valor de toda
narratividad importante y está presente aquí en este libro, que nos ha llevado
a inventar un viaje, para conocer a dos pasajeros de la literatura.
Uno allá y otro aquí, pero ambos
en el indeterminable territorio del lenguaje. Mientras tanto la Liberty Island, esa
porción de tierra de Manhattan, seguirá recibiendo miles de feligreses de la
libertad y del exilio económico provenientes de todo el mundo, nosotros continuaremos
adornando con soldaditos de silicón al Monumento. Entonces, igual que en el
principio, dos o quizás más escritores se burlaran del tedio para relatar en
ficción nuestras cotidianas memorias. Final del viaje. ¿Se detiene el Metro?
Quizás en verdad jamás inició su marcha.