lunes, 31 de diciembre de 2012

Entre la Estatua y el Monumento: narraciones de dos criollos cosmopolitas


Por Luis Córdova.

La escritura, al igual que la vida, es un oficio de soledad. Para entendernos como parte del proceso creativo dentro de una colectividad, pongamos como ejemplo una ciudad cualquiera, es preciso que el escritor renuncie a ella. Que se despoje de los recuerdos, de esos rincones que auscultan anécdotas, de la memoria de las esquinas, de la polución y la intermitencia de los semáforos.


El hecho de escribir es parte de una inminente necesidad de comunicación. Sólo se obtiene una obra artística genuina si quien escribe de manera sincera.

Digo estas cosas para referirnos al libro “Entre la Estatua y el Monumento” (Editora F&M, 2007), que contiene cuentos de los periodistas Tony Rodríguez y Luis Alfredo Collado, editados en un particular volumen que los unifica y los divide: por cada lado del ejemplar las reuniones de las narraciones.

Su lectura nos presenta dos visiones sobre el mismo mundo y es ahí donde queda manifiesta la soledad de cada autor, que hemos señalado como necesaria.

He empleado las palabras Ciudad, Soledad y Escritura. Para entender estas cavilaciones me he propuesto establecer un nexo que aminore la margen, tan distante y como cercana, entre la Estatua de la Libertad y el Monumento de Santiago. Se me ocurrió entonces pensar en un viaje que nos llevara de un lado a otro del libro, mejor dicho del ejemplar, y pasear con más propiedad hacia uno u otro libro.

Para realizar ese viaje sugiero un Metro, símbolo de la más avanzada “conceptualización”  de la modernidad, según una parte de los que nos dirigen. Así coinciden en el mismo vagón dos escritores que se han conocido desde que solo eran periodistas.

Se cuentan. Nos cuentan.

¿Arrancamos? El primer pasajero irrumpe  y he aquí las propuestas narrativas de Luís Alfredo Collado, quien desde el mismo titulo de sus narraciones evoca la potencial historia que se habrá de contar.

Por ejemplo “Mi viejo es un buen tipo” evidencia su pasión por el detalle: desde el tubito de Canesten hasta el retrato de la Virgen de las Mercedes, se manifiesta con fuerza y minuciosidad todos los detalles. De igual modo en “Crónica de mi sitio”, plantea la introspección de un personaje que se cuestiona a través de las estructuras morales de los personajes de su pueblo.

La capacidad creativa de Collado, lo hace reorientar la locación de su historia, en el “El suicidio de las palomas”, una lograda narración de alto vuelo imaginativo en el cual todas las palomas del mundo fueron a morir a la Gran Manzana.

El Metro aun permanece estático. Sin embargo la ruta de los artistas de la palabra va de retro, en el diálogo.

El segundo pasajero, conste que en este libro no importa el orden, le corresponde a Tony Rodríguez, nombre con presencia ya en la narrativa de la Región, autor del volumen de cuentos “Nada que decir”, y con presencia en importantes antologías locales.

Su imaginería se encuentra en franca ebullición, dado los diversos temas que presentan sus historias. Se abre al diálogo narrativo en esta propuesta con “Ilegales”, cadena cíclica de la inmigración caribeña, en ese infinitesimal vínculo entre haitianos hacia República Dominicana y de nosotros hacia Puerto Rico. Otros textos como “El perdón” y “Un día en el río” acogen la crueldad: la muerte frente a una iglesia de una madre que cierra por última vez sus ojos ante el llanto de su hijo, tan pequeño que aun no comprende la tragedia; o la incertidumbre que deja el acto sexual de una menor, ante el engaño de un adulto.

Rodríguez logra en muchos casos dejarnos perplejos. ¿Fue realmente violada la niña? ¿Busca la mujer su muerte? ¿Qué pasará con los habitantes de la Sierra? Nos deja  buscando entre las líneas los códigos que no nos revela Tony, el escritor.

En general la obra de Collado y Rodríguez distingue la pasión descriptiva, los espacios urbanos aun lamidos de verde, los personajes omniscientes. De igual modo nos llama la atención la relación padre-hijo, muchas veces trastocada, mutilada, anormal. Así mismo la figura femenina aparece desde siempre para desaparecer o encarnar la tragedia. Alguna que otra vez, en algún recodo de los textos asoma un dejo del pensamiento de Vargas Vila.

Leer “Entre la Estatua y el Monumento” me hizo pensar en la recomendación de Cortázar cuando, al comentar los cánones de Quiroga, habló de la  “la noción de pequeño ambiente”, criterio vinculado a la esfericidad del cuento: hacerlo cerrado, importándole sólo a los personajes; ese es un valor de toda narratividad importante y está presente aquí en este libro, que nos ha llevado a inventar un viaje, para conocer a dos pasajeros de la literatura.

Uno allá y otro aquí, pero ambos en el indeterminable territorio del lenguaje. Mientras tanto la Liberty Island, esa porción de tierra de Manhattan, seguirá recibiendo miles de feligreses de la libertad y del exilio económico provenientes de todo el mundo, nosotros continuaremos adornando con soldaditos de silicón al Monumento. Entonces, igual que en el principio, dos o quizás más escritores se burlaran del tedio para relatar en ficción nuestras cotidianas memorias. Final del viaje. ¿Se detiene el Metro? Quizás en verdad jamás inició su marcha.