Por Luis
Córdova.
Joaquín Balaguer
(1906-2002), el dominicano que durante más de medio siglo determinó el
escenario político dominicano y quien por más tiempo ha ejercido la presidencia
de la nación (1960-1962, 1966-1978 y 1986-1996), tuvo un particular orgullo por
su lugar de nacimiento del cual dijo Eugenio María de Hostos “la provincia más
provincia de todas las provincias de la República Dominicana”.
En las páginas
iniciales del autobiográfico libro: “Memorias de un cortesano de la Era de
Trujillo”, expresa esa profunda impronta que significó Santiago en su vida: la
primera orientación educativa que sin dudas determinó su temprana vocación a
las letras, su pasión por el campo, los animales y las aventuras y, sin dudas,
las marcas de los primeros amores, no los únicos de su vida, pero sin dudas los
más determinantes de toda su existencia.
Su juventud coincide
con un inusitado auge cultural, heredado de las labores que venían
desarrollando numerosos intelectuales en la capital del Cibao y con el
establecimiento y permanencia de diversas entidades culturales, clubes sociales
y tertulias, entre las que se destacan el Ateneo Amantes de la Luz y la que se
convertiría en una fuente para su formación: la Sociedad Cultural Alianza
Cibaeña, preferida por el joven y ávido lector por la tranquilidad de sus
salones y porque, entre otras cosas, se identificaba por el carácter accesible,
sencillo de esa institución destinada principalmente a los obreros, tal como
fue concebida por sus fundadores el tribuno Eugenio Deschamps y el maestro
constructor Onofre de Lora.
Esta escena fijó en
él la idea de un Santiago romántico, estampa que como la poesía guardaría
celosamente en sus adentros. Y es que la juventud de Balaguer coincidió con una
ebullición cultural en todas las manifestaciones; su formación intelectual y
política, en un temprano contacto con personalidades como Emilio A. Morel,
Tomás Hernández Franco, del español Francisco Villaespesa y otros muchos
escritores, poetas e intelectuales que sirvieron para animar sus versos, desde
las más variadas aportaciones, desde aplauso hasta la burla: en Santiago nace
el Balaguer poeta.
De igual modo sus
primeras apariciones en público coincidieron con una iniciativa de revalorización
de la nacionalidad, en una cruzada cívica lidereada por Rafael Estrella Ureña,
Ercilia Pepín y Rafael César Tolentino. En Santiago nace el Balaguer político.
Allí vio los
discursos del legendario Bimbo González y formó parte del grupo de jóvenes que cada
semana se reunían en el Ayuntamiento para debatir y leer las grandes piezas
oratorias de las que por distintas vías les eran suministradas. Ese momento
recuerda Balaguer su predilección por José Martí. Aun estaban presentes lo ecos
de grande tribunos en la memoria de los santiagueros, de modo que le fue
familiar crear una suerte de afición por Fernando Arturo de Meriño y Eugenio
Deschamps, pese a no alcanzar verlos en su acto desde el púlpito. En Santiago
nace el Balaguer orador.
En su vida adulta, en
un discurso de 1955, hace referencia a la ciudad corazón del siguiente modo:
“Santiago ha sido, en la historia nacional, la sede de la civilidad. Los
directores de su conciencia han sido, desde los días de las invasiones
extranjeras, hombres de cierta gallardía patricia y de cierta prestancia moral,
que ha convertido a esta ciudad en arca de virtudes, en templo del honor, en
yunque del trabajo, en espejo de perfecciones cívicas y en modelo de corrección
caballeresca. No es menester aludir en esta ocasión al heroísmo con que
Santiago ha ilustrado los fastos de la epopeya”.
Del sentimiento
ciudadano del santiaguero destaca Balaguer en la misma pieza: “esta ciudad ha
sido la única de las ciudades del país de donde no ha desaparecido cierto tipo
humano en que culminó la historia patria: el del ciudadano noblemente adicto a
las glorias de su región, orgulloso de su ciudad y sinceramente convencido de
que un pueblo vale más que por sus palacios y sus piedras historiadas, por el
conjunto de hombres que habiten en su seno y que sean dignos del respeto
público por su probidad mental, por su decoro cívico, por su honradez
doctrinaria.”
Santiago significó
para Balaguer el génesis de sus pasiones: la poesía, la política, la oratoria.
De sus primeros días de ejercicio profesional, de su labor como profesor y de
su trabajo en el periodismo de la ciudad y como director del periódico La
Información, hablaremos por separado de manera más detenida; lo que hay que
destacar en cada una de estas facetas en el santiaguero que la sustenta.
Cuando decía, en el
fragor político: “como anda Santiago, anda el Cibao y como anda el Cibao anda
el país”, quería significar que en la medida de la aceptación en ese lar nativo
de alguna obra de gobierno o alguna estrategia electoral, del eco que retornaba
de la muralla de los tiempos del Santiago de su memoria, visualizaba un espejo
en el que se encontraba a sí mismo, vestido de una vastedad de experiencias en
la vida pública, venida de la más terrible de todas las sabidurías: la de los
años.