lunes, 4 de febrero de 2013

Gastón F. Deligne, el olvidado. A la distancia de cien años de su muerte.



Por Luis Córdova*
Para mi amigo Jose Bello, por las lecturas compartidas.

La conjura fue el olvido. Una ironía redonda, como la circunferencia que dibuja la serpiente que intenta morder su propia cola: olvidar a los poetas nuestros, nuestras letras, es perder la única arma de la que podemos valernos frente a las diferentes crisis de estos tiempos en un mundo, que de por sí, nos azota; lo único que nos da identidad dentro de la inmensa “aldea global” es la cultura, lo único que en verdad permanece.

Pero olvidar parece el ejercicio más practicado en estos días de una dominicanidad extravagante; “la cultura” parece agotarse en libros de pésimas ediciones y en eventos que no alcanzan más trascendencia que el aplauso de un show, cada vez menos atractivo, cada vez con menos espectadores.

He abierto la prensa y encuentro las declaraciones de un funcionario de Asuntos Exteriores de un país asiático: "la autoestima nacional es una mano invisible que empuja al país a avanzar", declara en una entrevista. Parece obvio y sin embargo, en esta media isla, nos ha faltado tanto. Para la cultura, lo mismo que en la industria y otros tantos sectores, abundan (sobreabundan en realidad) los diagnósticos, proyectos, fórmulas y recetas. Ante la agenda de pendientes resulta contradictoria la manifiesta pereza en un país en el que todos parecen “buscársela”.

“Quizás sea la carencia de una orientación adecuada”, me dijo un especialista chileno en los duros días en los que preparábamos un proyecto de emprendedurismo. Alejado de la literatura, en un reglón totalmente diferente, proyecté ese mismo diagnóstico al caso de nuestra de la dinámica cultural, aun no hemos sido capaces de balbucear una real política de ese sector.

Es cotidiano el ejercicio de olvidar. La estigmatización de la cultura como un espectáculo, sin entrar en detalles y diatribas entre Vargas Llosa y Guy Debord, nos lleva desde la obra y su contexto a la reducción de la cita fácil (la imprescindible para aparentar ser cultos), porque la sociedad light avanza y lo esencial es “aparentar las cosas”; de este modo apenas recuerdamos de Gastón Fernando Deligne el verso final de “Arriba el pabellón”: “¡Qué linda en el tope estás, / dominicana bandera! / ¡Quién te viera, quién te viera / más arriba, mucho más…!”. Pero lo mejor de su poesía (en lo que obviamente este poema no figura aunque el verso que dice: “color en que el alma sueña /cuando sueña con el cielo”, es redimible de cualquier obra poética) parece olvidada tanto como su persona, como si el disparo que penetró su cabeza –con la misma fuerza de su genio creador- se llevara en la bruma y el ruido de la pólvora toda su memoria, en el último acto de su vida: el suicidio.

Su deceso se produce antes de que la lepra hiciera estragos en su cuerpo, en San Pedro de Macorís el 18 de enero de 1913, por estos días llegaremos a cien años de la muerte de un hombre considerado en 1910 por el gran crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, como “el más notable de los ingenios dominicanos de la actual generación”.
Pero hablemos del poeta. Gastón Fernando Deligne y Figueroa (1861-1913) tuvo, como tantos poetas, vida tumultuosa. Huérfano de padre, es internado en el Colegio San Luis Gonzaga por iniciativa de su empobrecida madre quien le pidió dicha ayuda al Padre Billini. Aprendió latín, griego, italiano, francés e inglés lo cual le sirvió para una profusa labor de traductor en especial de los franceses Paul Verlaine y Víctor Hugo y del norteamericano Henry W. Longfellow.

Su labor de periodista es básicamente realizada en los periódicos petromacorisanos El Cable y Prosa y Verso. Ya en Santo Domingo había colaborado en El Teléfono y El Lápiz y las revistas “La Cuna de América”, “La Revista Ilustrada” y “Letras y Ciencias”.

Paralelo al desarrollo del poeta está su trabajo como tenedor de libros, labor a la que prácticamente dedicó toda su vida adulta, así destaca Abelardo Vicioso en su estudio a la Obra Completa de Deligne: "el resto de su vida ante un escritorio del banco alemán", refiriéndose al el banco Thesserg Shumacker, donde llegó a ser Encargado de Contabilidad.

Pedro Henríquez Ureña, nuestro crítico por excelencia, declara que es Deligne el primer poeta en su época que cultiva –más bien crea, dentro de la literatura de América- el poema psicológico.

Su personalidad, exigente en cuanto a calidades se refiere, le proporcinó una aureola que no tardó en crearle situaciones en el ambiente de la época. Señala Rodríguez Demorizi en el escrito previo de la edición de Galaripsos (Biblioteca Dominicana Vol. VII, Editorial Librería Dominicana, 1963), que: “fue Deligne, en su tiempo, desaparecidos José Joaquín Pérez y Salomé Ureña, el poeta de más alta nombradía en la República, generalmente considerado nuestro poeta nacional”.

Una cita importante que sobre este último particular podemos recoger, es la que se desprende del prólogo que sobre Galaripsos escribió Henríquez Ureña en 1908: “¨No es el poeta nacional¨, se decía de Gastón Deligne, tiempo atrás, en Santo Domingo. ¿Se presumía, acaso, que llegara a serlo? Cuando la República nació, fluctuando entre fantásticas vacilaciones, la poesía nacional era el apóstrofe articulado apenas de los himnos libertarios” y continúa más adelante “a los dominicanos afrontar sin engaños el problema social y político del país, el poeta nacional es –representativo de singular especie, pues diríase que encarna una conciencia colectiva no existente- el gnómico escéptico, certero de mirada, preciso y mordente en la expresión, audaz en los propósitos, irónico y a la vez compasivo en los juicios, ni lo halagüeñamente prometedor ni injustamente desconfiado: ¡es Deligne!”.

“Galaripsos” tuvo su primera edición en 1908. Las demás obras de Deligne son: “Soledad” (1887), “Romances de la Hispaniola” y “Páginas Olvidadas” (1944), edición realizada por el historiador Rodríguez Demorizi, quien además editó, como mencionamos, la edición que de Galaripsos al conmemorarse el primer centenario del natalicio del poeta en 1961.

De esta última edición partimos y es en ella que penetramos hondamente en la producción del vate criollo, en una experiencia de lector, sin mayores pretensiones: la investigación de la verdad valga mas que la verdad misma, como pensaba Lessing y frase con al cual cerró su prólogo Henríquez Ureña.

Considerando la patria en ciernes es lógico que el fervor del nacionalismo se colara en sus primeras producciones, de igual modo el influjo romántico que lo plagaba todo. La crítica aduce a su actitud mental de recogimiento y disciplina la razón que provoca en Deligne una temprana atención en definir un estilo propio.

Existe un poeta en Deligne que merece mayor atención. Poemas con perfume de mujer. En trabajos como “Angustias” y “Confidencias de Cristina” está cifrada la psicología femenina, lo cual es un hito en la producción literaria de ese momento histórico de nuestras letras.

Existe un distanciamiento de su personalidad para proyectar la voz femenil que narra en primera persona el poema: “como un oscuro cuervo, mi nostalgia; / ¡malestar misterioso, el de sentirme / entre humanos viviendo, desterrada.” (Confidencias de Cristina, 1892). Todo esto en una escena de profundo escenario criollo.

Joaquín Balaguer, el crítico literario, en su obra “Semblanzas Literarias”, señala que la grandeza de Deligne reside en “una multitud de pormenores y en tres o cuatro rasgos capitales: Deligne es grande, único en este aspecto en la poesía nacional, porque nada dijo ¨como el vulgo de los poetas¨, y porque parece haber inventado de nuevo las coas más comunes infundiéndoles fuerza desusada; porque tuvo vida lirica propia y ha sido, sin duda, el espíritu nacional mejor dotado para la alta meditación poética; porque en su obra, la mas distante que pueda concebirse de toda timidez académica, hay algo de atrevido y de abrupto que la levanta sobre toda cosa fútil y mediana; porque las ideas más altas y los pensamientos más puros se revisten en él de forma plástica y de figura sensible, y porque ha sido el poeta dominicano que ha recibido en mayor abundancia el don sublime de la inspiración verdaderamente creadora.”

De otros poemas ya estudiados y conocidos prefiero seleccionar los que como lector, me han impactado más profundamente. Este poeta fundamental, del que a muchos en la escuela, sólo aprendimos “Ololoi” y no tuvimos la oportunidad de asomarnos siquiera al bosquejo de la patria proyectada en su poesía.

Deligne, como muchísimos de nuestros poetas y pensadores, están aguardando por nosotros; serán necesarios cuando el mundo, sí el mundo, nos pregunte por la esencia de nuestra cultura. Eso sucederá. Un día se detendrá el jolgorio, se apagaran las luces del escenario, se callarán las voces agoreras y empezará la verdadera función. Entonces, aun a cien años de muerto, Deligne sonreirá, venciendo la lepra del olvido.


* El autor es abogado y escritor. Twitter: @luiscordovav