Por Luis Córdova*
Para mi amigo Jose Bello, por las lecturas compartidas.

Pero olvidar parece
el ejercicio más practicado en estos días de una dominicanidad extravagante;
“la cultura” parece agotarse en libros de pésimas ediciones y en eventos que no
alcanzan más trascendencia que el aplauso de un show, cada vez menos atractivo,
cada vez con menos espectadores.
He abierto la
prensa y encuentro las declaraciones de un funcionario de Asuntos Exteriores de
un país asiático: "la autoestima nacional es una mano invisible que empuja
al país a avanzar", declara en una entrevista. Parece obvio y sin embargo,
en esta media isla, nos ha faltado tanto. Para la cultura, lo mismo que en la
industria y otros tantos sectores, abundan (sobreabundan en realidad) los
diagnósticos, proyectos, fórmulas y recetas. Ante la agenda de pendientes
resulta contradictoria la manifiesta pereza en un país en el que todos parecen
“buscársela”.
“Quizás sea la carencia
de una orientación adecuada”, me dijo un especialista chileno en los duros días
en los que preparábamos un proyecto de emprendedurismo. Alejado de la
literatura, en un reglón totalmente diferente, proyecté ese mismo diagnóstico
al caso de nuestra de la dinámica cultural, aun no hemos sido capaces de
balbucear una real política de ese sector.
Es cotidiano el ejercicio
de olvidar. La estigmatización de la cultura como un espectáculo, sin entrar en
detalles y diatribas entre Vargas Llosa y Guy Debord, nos lleva desde la obra y
su contexto a la reducción de la cita fácil (la imprescindible para aparentar
ser cultos), porque la sociedad light avanza y lo esencial es “aparentar las
cosas”; de este modo apenas recuerdamos de Gastón Fernando Deligne el verso
final de “Arriba el pabellón”: “¡Qué linda en el tope estás, / dominicana
bandera! / ¡Quién te viera, quién te viera / más arriba, mucho más…!”. Pero lo
mejor de su poesía (en lo que obviamente este poema no figura aunque el verso
que dice: “color en que el alma sueña /cuando sueña con el cielo”, es redimible
de cualquier obra poética) parece olvidada tanto como su persona, como si el
disparo que penetró su cabeza –con la misma fuerza de su genio creador- se
llevara en la bruma y el ruido de la pólvora toda su memoria, en el último acto
de su vida: el suicidio.
Su deceso se
produce antes de que la lepra hiciera estragos en su cuerpo, en San Pedro de
Macorís el 18 de enero de 1913, por estos días llegaremos a cien años de la
muerte de un hombre
considerado en 1910 por el gran crítico español Marcelino Menéndez y
Pelayo, como “el más notable de los ingenios dominicanos de la actual
generación”.
Pero hablemos del
poeta. Gastón Fernando Deligne y Figueroa (1861-1913) tuvo, como tantos poetas, vida tumultuosa. Huérfano de
padre, es internado en el Colegio San Luis Gonzaga por iniciativa de su
empobrecida madre quien le pidió dicha ayuda al Padre Billini. Aprendió latín,
griego, italiano, francés e inglés lo cual le sirvió para una profusa labor de
traductor en especial de los franceses Paul Verlaine y Víctor Hugo y del
norteamericano Henry W. Longfellow.
Su labor de periodista es básicamente realizada en los periódicos
petromacorisanos El Cable y Prosa y Verso. Ya en Santo Domingo había colaborado
en El Teléfono y El Lápiz y las revistas “La Cuna de América”, “La Revista Ilustrada” y “Letras y Ciencias”.
Paralelo al desarrollo del poeta está su trabajo como tenedor de libros,
labor a la que prácticamente dedicó toda su vida adulta, así destaca Abelardo
Vicioso en su estudio a la Obra Completa de Deligne: "el resto de su vida
ante un escritorio del banco alemán", refiriéndose al el banco Thesserg
Shumacker, donde llegó a ser Encargado de Contabilidad.
Pedro Henríquez
Ureña, nuestro crítico por excelencia, declara que es Deligne el primer poeta
en su época que cultiva –más bien crea, dentro de la literatura de América- el
poema psicológico.
Su personalidad,
exigente en cuanto a calidades se refiere, le proporcinó una aureola que no
tardó en crearle situaciones en el ambiente de la época. Señala Rodríguez
Demorizi en el escrito previo de la edición de Galaripsos (Biblioteca Dominicana
Vol. VII, Editorial Librería Dominicana, 1963), que: “fue Deligne, en su
tiempo, desaparecidos José Joaquín Pérez y Salomé Ureña, el poeta de más alta
nombradía en la República, generalmente considerado nuestro poeta nacional”.
Una cita importante
que sobre este último particular podemos recoger, es la que se desprende del
prólogo que sobre Galaripsos escribió Henríquez Ureña en 1908: “¨No es el poeta
nacional¨, se decía de Gastón Deligne, tiempo atrás, en Santo Domingo. ¿Se
presumía, acaso, que llegara a serlo? Cuando la República nació, fluctuando
entre fantásticas vacilaciones, la poesía nacional era el apóstrofe articulado
apenas de los himnos libertarios” y continúa más adelante “a los dominicanos
afrontar sin engaños el problema social y político del país, el poeta nacional
es –representativo de singular especie, pues diríase que encarna una conciencia
colectiva no existente- el gnómico escéptico, certero de mirada, preciso y
mordente en la expresión, audaz en los propósitos, irónico y a la vez compasivo
en los juicios, ni lo halagüeñamente prometedor ni injustamente desconfiado:
¡es Deligne!”.
“Galaripsos” tuvo
su primera edición en 1908. Las demás obras de Deligne son: “Soledad” (1887),
“Romances de la Hispaniola” y “Páginas Olvidadas” (1944), edición realizada por
el historiador Rodríguez Demorizi, quien además editó, como mencionamos, la
edición que de Galaripsos al conmemorarse el primer centenario del natalicio
del poeta en 1961.
De esta última
edición partimos y es en ella que penetramos hondamente en la producción del
vate criollo, en una experiencia de lector, sin mayores pretensiones: la
investigación de la verdad valga mas que la verdad misma, como pensaba Lessing
y frase con al cual cerró su prólogo Henríquez Ureña.
Considerando la
patria en ciernes es lógico que el fervor del nacionalismo se colara en sus
primeras producciones, de igual modo el influjo romántico que lo plagaba todo. La
crítica aduce a su actitud mental de recogimiento y disciplina la razón que
provoca en Deligne una temprana atención en definir un estilo propio.
Existe un poeta en
Deligne que merece mayor atención. Poemas con perfume de mujer. En trabajos
como “Angustias” y “Confidencias de Cristina” está cifrada la psicología
femenina, lo cual es un hito en la producción literaria de ese momento
histórico de nuestras letras.
Existe un
distanciamiento de su personalidad para proyectar la voz femenil que narra en
primera persona el poema: “como un oscuro cuervo, mi nostalgia; / ¡malestar
misterioso, el de sentirme / entre humanos viviendo, desterrada.” (Confidencias
de Cristina, 1892). Todo esto en una escena de profundo escenario criollo.
Joaquín Balaguer,
el crítico literario, en su obra “Semblanzas Literarias”, señala que la
grandeza de Deligne reside en “una multitud de pormenores y en tres o cuatro
rasgos capitales: Deligne es grande, único en este aspecto en la poesía
nacional, porque nada dijo ¨como el vulgo de los poetas¨, y porque parece haber
inventado de nuevo las coas más comunes infundiéndoles fuerza desusada; porque
tuvo vida lirica propia y ha sido, sin duda, el espíritu nacional mejor dotado
para la alta meditación poética; porque en su obra, la mas distante que pueda
concebirse de toda timidez académica, hay algo de atrevido y de abrupto que la
levanta sobre toda cosa fútil y mediana; porque las ideas más altas y los
pensamientos más puros se revisten en él de forma plástica y de figura
sensible, y porque ha sido el poeta dominicano que ha recibido en mayor
abundancia el don sublime de la inspiración verdaderamente creadora.”
De otros poemas ya
estudiados y conocidos prefiero seleccionar los que como lector, me han
impactado más profundamente. Este poeta fundamental, del que a muchos en la
escuela, sólo aprendimos “Ololoi” y no tuvimos la oportunidad de asomarnos
siquiera al bosquejo de la patria proyectada en su poesía.
Deligne, como muchísimos de nuestros poetas y pensadores, están
aguardando por nosotros; serán necesarios cuando el mundo, sí el mundo, nos
pregunte por la esencia de nuestra cultura. Eso sucederá. Un día se detendrá el
jolgorio, se apagaran las luces del escenario, se callarán las voces agoreras y
empezará la verdadera función. Entonces, aun a cien años de muerto, Deligne
sonreirá, venciendo la lepra del olvido.
* El autor es abogado y escritor. Twitter: @luiscordovav