Por Luis Córdova*
Según Borges,
William Blake impuso tres caminos para la salvación: el moral, el intelectual y
el estético. También recordaba su afirmación de que el camino estético había
sido predicado por Cristo, ya que cada parábola es un poema.
Cierto es que en una
solo creación poética cabe el universo, nuestro mundo y su agónica historia por
salvarse de si mismo. Aquello que resulta complicado de explicar para quienes
se encargan de redactar la historiografía, el poeta lo soluciona con la
contundencia de un solo verso: queda la referencia del tiempo presente cifrando
el pasado, a veces incluso dictando profecías.
Resulta que el
camino estético es el más angosto de todos. No he escrito nunca un poema. Pocas
veces me ha pasado por la cabeza, aun en el fragor de “la primera juventud”,
ser poeta. Pienso que muy pocos logran la destreza de elegir la palabra exacta
y construir, porque de eso de trata, en breves líneas y con pocos versos, un
mundo particular que nos resulte atractivo, habitable, perdurable y capaz de
reinventarse en el tiempo, capaz de denominar con nuevo signo toda la humanidad
y hasta al amor.
Lo que sí hago con
frecuencia es leer poesía: he ahí mi límite. Pero como isleño pienso en la
vastedad de la geografía, como si mi isla -la del yo colectivo-, no fuese una
minúscula porción insular de tierra, sino el único escenario de lo existente.
En esas lecturas he
vuelto sobre Galaripsos, publicación que en 1908 ubicó a su autor Gastón
Fernando Deligne como “el más notable de los ingenios dominicanos de la actual
generación” a juicio de Menéndez y Pelayo.
En esta obra se
incluye un poema de 1897, “En el
Botado”. Pieza de una contundencia y belleza que nos hace pensar que toda
nuestra génesis como nación se encuentra, desnuda de inocencia, en aquel cosmos
vegetal donde lo humano apenas asoma.
El poeta, ensayista y narrador Enriquillo Sánchez (1947-2004), en un texto introductorio a las obras
completas de Germán E. Ornes, lo describió como “la imagen de mayor
originalidad y mayor fuerza de las letras nacionales desde el Diario de
Navegación, cuaderno ilustre del Almirante con el que iniciamos una saga
inverosímil, hasta El Aleph, incluyendo los finiseculares de una posmodernidad
sobre la que pocos, muy pocos, se ponen de acuerdo”.
Allí “ocurrían el tiempo, la sangre y la vida, no la historia”, “En el
botado”, se estableció un orden rudimentario de un “Cacique de una tribu de esmeralda”; entonces
el bohío fue un palacio indígena, el monte sirvió para respaldar un río. Allí
vivió un “Adán silvestre y su costilla montaraz, le hiciera / venturoso
hospedaje”.
Entonces el poema se hace épico: “pero en una
lluviosa primavera, / la débil cerca desligada y rota / empujó la pareja enamorada / a otra huerta remota; / y en medio a tanta
flor recién abierta, / quedóse la
heredad abandonada, / y la mansión
desierta.” Inicia la narración de un peregrinar hacia la nada.
La ingenuidad fue
advertida del saqueo. Fue primero, declara Deligne, “una horrible puñalada, y
después una serie: “el Tiempo hirsuto / a comprender empieza /que hay algo allí
que estorba”.
Hay quienes afirman
que siempre nos ha derrotado el mito: desde El Dorado hasta la Fuente de la
Juventud. La enorme dicha de inventarnos venció sobre la contabilidad macabra
del robo: “un bejucal de plantas trepadoras, / que en torno a la vivienda /
cerraban toda
senda; / avanzando traidoras, / e
indicando a la ruina; cuchicheaban: /
¡ni se defiende, ni
hay quién la defienda! / Y enlazando sus ramos / como para animarse, murmuraban: / si tal pasa,
y tal vemos, ¿qué esperamos?”.
Entonces surge la
esperanza, para el final del poema: “Quizás quien no!... Mas a la oculta mina /
labrada por recónditos dolores, / alguna
trepadora se avecina; / algo que sube a cobijar la ruina, / algo lozano que revienta en flores!...”
De esa reinvención,
acaso el hálito de perennidad que como dominicanos nos mantiene en pie: fieles
al bohío primario, aferrados a la desmemoria del saqueo, ignorando el robo,
perdonándolo todo, curando las heridas con el verde bálsamo de la inagotable
esperanza.

Nacimos y seguimos
siendo “En el Botado”. Deligne, como señaló en Semblanzas Literarias un Joaquín
Balaguer crítico, “fue uno de esos poetas eternos que pertenecen a todas las
escuelas y a todas las edades”. Eligió en camino que Blake señaló, el mismo que
escogió Cristo para su redención, el estético. Se ha salvado. Nos ha salvado:
aun permanecemos en un edén perdido, insular.
* El autor es abogado y escritor. Twitter: @luiscordovav