lunes, 4 de febrero de 2013

Nosotros, la gente nacida “En el Botado”




Por Luis Córdova*

Según Borges, William Blake impuso tres caminos para la salvación: el moral, el intelectual y el estético. También recordaba su afirmación de que el camino estético había sido predicado por Cristo, ya que cada parábola es un poema.

Cierto es que en una solo creación poética cabe el universo, nuestro mundo y su agónica historia por salvarse de si mismo. Aquello que resulta complicado de explicar para quienes se encargan de redactar la historiografía, el poeta lo soluciona con la contundencia de un solo verso: queda la referencia del tiempo presente cifrando el pasado, a veces incluso dictando profecías.

Resulta que el camino estético es el más angosto de todos. No he escrito nunca un poema. Pocas veces me ha pasado por la cabeza, aun en el fragor de “la primera juventud”, ser poeta. Pienso que muy pocos logran la destreza de elegir la palabra exacta y construir, porque de eso de trata, en breves líneas y con pocos versos, un mundo particular que nos resulte atractivo, habitable, perdurable y capaz de reinventarse en el tiempo, capaz de denominar con nuevo signo toda la humanidad y hasta al amor.

Lo que sí hago con frecuencia es leer poesía: he ahí mi límite. Pero como isleño pienso en la vastedad de la geografía, como si mi isla -la del yo colectivo-, no fuese una minúscula porción insular de tierra, sino el único escenario de lo existente.

En esas lecturas he vuelto sobre Galaripsos, publicación que en 1908 ubicó a su autor Gastón Fernando Deligne como “el más notable de los ingenios dominicanos de la actual generación” a juicio de Menéndez y Pelayo.

En esta obra se incluye un poema de 1897,  “En el Botado”. Pieza de una contundencia y belleza que nos hace pensar que toda nuestra génesis como nación se encuentra, desnuda de inocencia, en aquel cosmos vegetal donde lo humano apenas asoma.

El poeta, ensayista y narrador Enriquillo Sánchez (1947-2004), en un texto introductorio a las obras completas de Germán E. Ornes, lo describió como “la imagen de mayor originalidad y mayor fuerza de las letras nacionales desde el Diario de Navegación, cuaderno ilustre del Almirante con el que iniciamos una saga inverosímil, hasta El Aleph, incluyendo los finiseculares de una posmodernidad sobre la que pocos, muy pocos, se ponen de acuerdo”.

Allí “ocurrían el tiempo, la sangre y la vida, no la historia”, “En el botado”, se estableció un orden rudimentario de un “Cacique de una tribu de esmeralda”; entonces el bohío fue un palacio indígena, el monte sirvió para respaldar un río. Allí vivió un “Adán silvestre y su costilla montaraz, le hiciera / venturoso hospedaje”.

Entonces el poema se hace épico: “pero en una lluviosa primavera, / la débil cerca desligada y rota  / empujó la pareja enamorada  / a otra huerta remota; / y en medio a tanta flor recién abierta,  / quedóse la heredad abandonada,  / y la mansión desierta.” Inicia la narración de un peregrinar hacia la nada.

La ingenuidad fue advertida del saqueo. Fue primero, declara Deligne, “una horrible puñalada, y después una serie: “el Tiempo hirsuto / a comprender empieza /que hay algo allí que estorba”.

Hay quienes afirman que siempre nos ha derrotado el mito: desde El Dorado hasta la Fuente de la Juventud. La enorme dicha de inventarnos venció sobre la contabilidad macabra del robo: “un bejucal de plantas trepadoras, / que en torno a la vivienda /  
cerraban toda senda; /  avanzando traidoras, / e indicando a la ruina; cuchicheaban: /  
¡ni se defiende, ni hay quién la defienda! / Y enlazando sus ramos /  como para animarse, murmuraban: / si tal pasa, y tal vemos, ¿qué esperamos?”.

Entonces surge la esperanza, para el final del poema: “Quizás quien no!... Mas a la oculta mina / labrada por recónditos dolores, /  alguna trepadora se avecina; / algo que sube a cobijar la ruina,  / algo lozano que revienta en flores!...”

De esa reinvención, acaso el hálito de perennidad que como dominicanos nos mantiene en pie: fieles al bohío primario, aferrados a la desmemoria del saqueo, ignorando el robo, perdonándolo todo, curando las heridas con el verde bálsamo de la inagotable esperanza.

Nosotros los que nacimos “En el Botado”, hemos colocado en los últimos ciento dieciséis años que han transcurrido desde su publicación, algunas páginas, algunas crónicas. Don Américo Lugo enarboló una tesis sobre el Estado y la nación, Don Manuel Arturo Peña Batlle,  inaugura una premodernidad dominicana. La Cuna de los Derechos Humanos en el país –Bonó, Espaillat y Rojas-, de cuyas efigies fueron colocadas en una moneda ya sacada de circulación, registra una deuda nuestra su memoria: alguna vez habrá que pagar tanta ignominia.

Nacimos y seguimos siendo “En el Botado”. Deligne, como señaló en Semblanzas Literarias un Joaquín Balaguer crítico, “fue uno de esos poetas eternos que pertenecen a todas las escuelas y a todas las edades”. Eligió en camino que Blake señaló, el mismo que escogió Cristo para su redención, el estético. Se ha salvado. Nos ha salvado: aun permanecemos en un edén perdido, insular.

* El autor es abogado y escritor. Twitter: @luiscordovav