lunes, 15 de julio de 2013

El ojo de Tyrone y la conjura de los veedores.



Presentación de Luis Córdova de la exposición pictórica individual  
“Visiones íntimas” de Tyrone de los Santos.

Las obras que el artista santigüero Tyrone de los Santos reúne en esta su primera muestra individual, “Visiones íntimas”, constituye un aliento; la producción de nuevas apuestas al arte ha mermado considerablemente en los últimos lustros en esta ciudad y el que una personalidad como él se active, reconecte con su origen de creador, es sin lugar a dudas un acontecimiento que, en nuestro ejercicio arduo y permanente de diletante, disfrutamos a plenitud.

He dicho que vuelve a conectar con su origen porque de niño acudió a la Escuela de Bellas Artes de Santiago donde encuentra un grupo importante de maestros y profesores entre los que se destacan Rosa Idalia García, Corolina Cepeda y Jacinto Domínguez, acaso para descodificar en la academia el génesis de su amor a la plástica, venido de una admiración profunda por su hermano, el maestro nacional Danicel, por esos años en franca ebullición creadora.

Cuando fija residencia en Estados Unidos, el joven Tyrone no se desconecta del arte sino que continúa su formación en Lawrence Hight School, Massachusetts y luego en la Hight School de Miami, Florida, donde expone por primera vez sus pinturas.

Al retornar inicia su carrera de arquitecto en la PUCMM donde recibe cursos de escultura con el maestro Jacinto Domínguez y fotografía con Marcel Morel. En este mismo centro educativo se destaca como diseñador y fotógrafo para las colecciones bibliográficas del Departamento de Publicaciones.

 

Por lo antes dicho Tyrone parece un Homo ludens. Se desplaza con gracia en la fotografía, el dibujo, la pintura, la escultura y el diseño gráfico. Sus obras describen un discurso propio, puesto que, as obras de Tayrone, parecen de Tyrone. Me explico.


La formación rigurosa del dibujo, basada en su experiencia formativa es a veces burlada sin ningún tapujo. Así es él: un ser libre pero noble; sincero pero prudente. Es artísticamente lo mismo que su persona. Le importa sobreponer el sentimiento a la factura de la obra. Algunas veces se centra en los detalles y se exige una notable pasión por la calidad del trazo, a ratos en líneas y curvas de corte arquitectural; en otras la candidez de sus pasiones nos asalta. Estas son las líneas sutiles de un discurso que aparenta ingenuo pero avoca a las profundas reflexiones de un hombre frente al arte. ¿Colocarla en un lenguaje determinado? ¿Expresionismo? ¿Un naif avanzado? No es asunto de mi ministerio.

Y es que habíamos visto de manera espaciada en el tiempo sus obras en colectivas importantes en el Centro de la Cultura de Santiago, Casa de Arte; en los concursos de Afiches de Carnaval, de Fotografías Natalio Puras Penzo, (Apeco) y de esculturas “Transformando el Cemento en Arte”, en estos dos últimos con una importante apreciación de los organizadores y amplia receptividad del público.

Ahora el ojo de Tyrone nos sorprende con esta convocatoria a sus visiones interiores; el mejor de todos los títulos, puesto que el asombro de vernos en ellas nos lleva a lo que pudiéramos llamar la conjura de los veedores.

Borges rescató de Stevenson una interesante sentencia y es que existe una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Es en ese ojo encantado desde donde aparece una mujer que sin disimulos se nos convierte en paisaje, desciende vestida de pasión por una colina, asiste al mar, la ribera de un rio, las nubes, el sol. Una visión de la mujer no idealizada, sino como elemento natural, integrada a la naturaleza, al paisaje.

Por otro lado la mujer como personaje protagónico de la escena: repleta de luz y montada en un coche, asemejada a Marilyn, asemejada a la mujer que amamos, a esa que perdimos, a esa que Tyrone nos recupera.

Entonces la conjura de los veedores se palpa en un Tyrone que se viste de Santiago, quizás auxiliado de la remembranza que le sirvió de bálsamo a su alma en plena adolescencia, cuando marcha al extranjero y el recuerdo de su ciudad natal, los tempranos amores y otras ausencias se condensaron en las ansias de unos escasos años, amalgamándose en imágenes que ahora fluyen con extraordinaria fuerza en un discurso visual contundente.

Tyrone, se presenta a si mismo en sendos autorretratos: elaborados sobre persianas de plástico con los que, de manera irónica, abre y cierra la propuesta de un artista que se siente pleno y nos invita a seguir viendo, a abrirlas, a abrirnos.

“Visiones íntimas”, como evento, dijimos, es aliento; como exposición personal es una presentación de gran valor; como apuesta a la vida es la reafirmación del amor al arte de Tyrone de los Santos, un amor que no ha envejecido, surgió en lo remoto de una admiración primera, que pudo haber surgido hace un instante.

Para nosotros, los veedores, solo nos queda descubrir ese amor que nos lleva a la conjura contra la inercia, contra la apatía: Tyrone ha jugado a armarnos una encerrona para la libertad, nos queda descubrirnos en ese amor de colores claros que expresan sus cuadros, en esa caligrafía limpia de sus visualidades, en lo sincero que ha sido en revelar sus filia y sus fobias. Aquí está solo lo que Tyrone ama: su descendencia, su ciudad, la mujer, el paisaje. Es su apuesta y su invitación: nos ha invitado a vernos interiormente. Miremos estas obras, sumémonos a la conjunta de unos veedores que aman, a fin de cuentas, lo mismo que este artista.