Por Luis Córdova.
Cuando era niño la mañana
de los domingos mi padre solía pasearme por una ciudad entonces breve,
apacible. Invariablemente la excursión concluía con la vuelta al Monumento;
entonces se giraba al derredor del
Patrón Santiago, subíamos por una vía arboleada en la que nos sorprendía los
bustos de los héroes de la Gesta Restauradora, hasta prolongarse la ruta en esa
imponente arquitectura que es emblema de Santiago.
Me absortaba, desde la
rápida visión que podía dar a través del cristal trasero del Mazda 808 de mi
papá (en ese momento un flamante y codiciado vehículo) a la estatua ecuestre del
Patrón Santiago, que siempre dejaba en mi mente un profunda curiosidad para un
infante que quiere comprenderlo todo, específicamente eso de “patrón”.
Supe de quien se trataba. Sus
enseñanzas las aprendí en las tardes de la iglesia, leyendo un ejemplar ajado
de las vidas de los apóstoles, y surgió mi admiración por el Patrón Santiago,
por ver los entonces impresionantes desfiles y con sus cabalgatas: fue la
expresión genuina de sentirse santiaguero, de sentir vivo el fervor del 25 de
lulio de 1495, cuando fundaron nuestra ciudad.
Y es que la trascendencia
de los personajes que nos revelan Las Sagradas Escrituras sobrepasa los
lindares de la fe, haciendo doctrina con su accionar, más que con el discurso de las iglesias..
Santiago El Mayor, hijo de
Zabedeo y hermano de Juan, a los que Jesús apodó “hijos del trueno”, nos legó
en su Evangelio algunas reflexiones que, de ser llevadas por nosotros hoy, sin
dudas nos ahorrara conflictos, nos diera un sentido mayor de justicia, nos
hiciera más felices.
El santo patrón de
Santiago de los Caballeros, se revela crítico. Cuestiona hasta los adentros de
una religión apenas proyectada: “Porque si en vuestra congregación entra un
hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con
vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y
le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en
pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre
vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?” (Santiago
2:2-4).

Santiago Apóstol seccionaba
en dos grandes categorías: ricos y pobres; hoy podemos seguir segmentando en la
riqueza y pobreza, pero no tanto material, sino espiritual. ¿Qué tan gratificante
puede resultar el bien material si no tenemos espiritualmente la madurez para
asimilarlo?
Una voz sin
amplificadores, un predicador sin púlpitos majestuosos, unas sandalias
polvorientas y una vida que se agotaría en el filo de la espada de Herodes
Agripa. Santiago Apóstol hoy es un referente para nosotros los que vivimos en
una ciudad que crece y nos devora, en un espacio mas globalizado, menos
perenne.
Volver a las enseñanzas de
Santiago Apóstol es penetrar en el valor real de las personas, en la igualdad
como garantía del bien colectivo, de la justicia. Dimensionar el valor de
nuestras palabras y respetar al prójimo, al vecino, al compañero, al colega.
Santiago revela la clave de la paz colectiva: respetarse.
Hay que volver al Patrón
Santiago, a pesar de que las caminatas en su honor cada 25 de julio se hagan
mas angostas y menos personas asistan a la Misa en la Catedral. Hay que
despojarnos del letargo, hemos empeñado al modernismo nuestro gentilicio. En una
ciudad que se ha multiplicado, el Patrón Santiago sigue en su mismo lugar,
vigilando la entrada, aguardando los cambios y con una callada prédica de
valores cristianos que pueden llevarnos a ser mejores ciudadanos, mejores
santiagueros.