jueves, 25 de julio de 2013

Santiago Apóstol, hoy



Por Luis Córdova.
Cuando era niño la mañana de los domingos mi padre solía pasearme por una ciudad entonces breve, apacible. Invariablemente la excursión concluía con la vuelta al Monumento; entonces se giraba al derredor  del Patrón Santiago, subíamos por una vía arboleada en la que nos sorprendía los bustos de los héroes de la Gesta Restauradora, hasta prolongarse la ruta en esa imponente arquitectura que es emblema de Santiago.
 

Me absortaba, desde la rápida visión que podía dar a través del cristal trasero del Mazda 808 de mi papá (en ese momento un flamante y codiciado vehículo) a la estatua ecuestre del Patrón Santiago, que siempre dejaba en mi mente un profunda curiosidad para un infante que quiere comprenderlo todo, específicamente eso de “patrón”.


Supe de quien se trataba. Sus enseñanzas las aprendí en las tardes de la iglesia, leyendo un ejemplar ajado de las vidas de los apóstoles, y surgió mi admiración por el Patrón Santiago, por ver los entonces impresionantes desfiles y con sus cabalgatas: fue la expresión genuina de sentirse santiaguero, de sentir vivo el fervor del 25 de lulio de 1495, cuando fundaron nuestra ciudad.

Y es que la trascendencia de los personajes que nos revelan Las Sagradas Escrituras sobrepasa los lindares de la fe, haciendo doctrina con su accionar, más que con el discurso de las iglesias..

Santiago El Mayor, hijo de Zabedeo y hermano de Juan, a los que Jesús apodó “hijos del trueno”, nos legó en su Evangelio algunas reflexiones que, de ser llevadas por nosotros hoy, sin dudas nos ahorrara conflictos, nos diera un sentido mayor de justicia, nos hiciera más felices.

El santo patrón de Santiago de los Caballeros, se revela crítico. Cuestiona hasta los adentros de una religión apenas proyectada: “Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,  y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;  ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?” (Santiago 2:2-4).

Una enseñanza genuina, una fe sin cánones religiosos: “pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación” (Santiago 5:12).

Santiago Apóstol seccionaba en dos grandes categorías: ricos y pobres; hoy podemos seguir segmentando en la riqueza y pobreza, pero no tanto material, sino espiritual. ¿Qué tan gratificante puede resultar el bien material si no tenemos espiritualmente la madurez para asimilarlo?



Una voz sin amplificadores, un predicador sin púlpitos majestuosos, unas sandalias polvorientas y una vida que se agotaría en el filo de la espada de Herodes Agripa. Santiago Apóstol hoy es un referente para nosotros los que vivimos en una ciudad que crece y nos devora, en un espacio mas globalizado, menos perenne.
 

Volver a las enseñanzas de Santiago Apóstol es penetrar en el valor real de las personas, en la igualdad como garantía del bien colectivo, de la justicia. Dimensionar el valor de nuestras palabras y respetar al prójimo, al vecino, al compañero, al colega. Santiago revela la clave de la paz colectiva: respetarse.

Hay que volver al Patrón Santiago, a pesar de que las caminatas en su honor cada 25 de julio se hagan mas angostas y menos personas asistan a la Misa en la Catedral. Hay que despojarnos del letargo, hemos empeñado al modernismo nuestro gentilicio. En una ciudad que se ha multiplicado, el Patrón Santiago sigue en su mismo lugar, vigilando la entrada, aguardando los cambios y con una callada prédica de valores cristianos que pueden llevarnos a ser mejores ciudadanos, mejores santiagueros.