Una
tarde mi amigo Máximo me habló de un cantautor brasileño, que había visto en el
programa “Torre de papel” del
escritor Antonio Skármeta (Premio Planeta 2003) que se transmitía por el canal
“People and arts”. Me motivó a que escuchara ese artista porque le fascinó más
que las melodías, la poética del pensamiento que se ocultaba tras la voz, tras
las funciones, tras el espectáculo.
Pero
fue varias semanas después que Danilo, otro amigo, me hizo oír “Fina Estampa” (2000), producción
de un cantante que entonces desconocía y en la que recoge algunas canciones
clásicas de hispanoamérica. Me entusiasmé de modo acelerado, quizás como la
misma celeridad que repetía pieza tras pieza, una y otra vez aquellas
canciones viejas que se hacían nuevas en
cada tonada de este “brasileño
universal”, que descubría en mi propia lengua un mundo de nuevas pasiones,
desde líneas imborrables del bolero, de la esencia nostálgica y la bohemia de
un caribe borracho de espumas y sueños.
Caetano estaba esperando. Comenzaba a asumir como mito a este personaje lejano, esa voz traidora que se desdobla y nos confunde extendiéndose más que en la sonoridad, en el recuerdo, en la necesaria cercanía con el pasado. ¿Acaso la voz del olvido?
El
artista, nació en 1942 en Bahía, pero a mediados de los años sesenta se
traslada a Río de Janiero con su hermana, la vocalista Maria Bethania quien
luego se convertiría en una pieza clave de su trayectoria musical. Su primer
álbum (1968), titulado igual que su nombre, se convirtió en un rotundo éxito
tanto en ventas como en reconocimientos para el autor. Al año siguiente graba “Barra 69”, producción en vivo junto
a Gilberto Gil.
Su
fama como cantautor crecía con fuerza. Pronto se convertiría en un icono
político y cultural del inmenso Brasil. “Tropicalia”, un movimiento
musical que comenzó a gestarse desde los temprano 60’s, llevaría a que sus
integrantes se vincularan al discurso
socio-artístico de libertad; la libertad de expresión y de hacer arte que
terminaría por molestar a la dictadura militar. Pese a que “Tropicalia”
no estaba en una coyuntura de la izquierda tradicional brasileña terminaría
tildada de tal y sellaría su división con el sistema luego del destierro de Gil
y de Caetano, quienes se radicaron en Londres.
Pero en Europa se dedicaría a fusionar su herencia
musical con notas del rock europeo. Entonces el exilio fue la trinchera donde
se formaría y desde la cual lanzaría producciones musicales que circularían
clandestinamente en el Brasil natal. Caetano regresa a su tierra en 1972 y se
encuentra con el ambiente ideal para un disco titulado “Doces Bárbaros”, en el que participaron su hermana Maria Bethania,
Elis Regina, Gal Costa y Chico Buarque.
Lo que más nos impresiona de Caetano Veloso es esa
capacidad de raptar sonidos populares, bosa nova y las pesadas notas del
“ballardy” popular hasta hacerlas fusionar en un jazz único, personal,
distintivo. Sabiamente, la música será la trama para su voz, la perfecta
seducción, la intriga de encontrar en un silencio breve la eternidad del canto.
Cada producción es un desafío: un encuentro con otro Caetano y ese otro a su
vez con uno nuevo.
Desde “Bicho” (1977) de fuerte influencia
nigeriana, hasta la evocación de los sones brasileños de “Estrangeiro” (1989), está el bossa nova y el canto a veces tierno,
muy tierno. Otra grabación suya, “Circulado",
nos hace sentir su trayectoria, sus fusiones en un paseo por sus canciones
hasta 1991. Producción esta que ha sido considerada por la crítica brasileña
como la mejor de todas las producciones del artista. Más luego nos entrega “Tropicalia 2” (1993), “Fina Estampa” (2000) y “Noites do norte” (2001).
Encontrar
a Caetano Veloso no fue una casualidad. Su encuentro era necesario. Su poesía,
aunque traducida, es otra posibilidad de descubrir lo descubierto. Por algo
está junto a Ary Barroso y Chico Buarque como los mejores cantautores de la
lengua portuguesa. Escuchar a Caetano es encontrarse en la compresión, es
abrirse al espacio abierto de una lengua vecina y dejarse llevar por una voz,
sólo una voz. Caetano
estaba esperando, pero no a que yo lo escuchara, sino a que un caribeño al que
jamás conocerá lanzara una palabra al aire para que talvez jamás la escuche.