Por Luis Córdova
ADVERTENCIA: este artículo fue
publicado originalmente como noticia de portada en el periódico La Información,
de Santiago, justo el día de su cumpleaños número noventa y nueve, gracias a la
gentileza de su entonces Director el historiador Dr. Fernando Pérez Memén.
Federico Izquierdo (1904-2004), moriría un año después, justo al cumplir cien
años como era su deseo, según nos confesó en repetidas ocasiones.
Abordar como tema a un maestro
de la plástica es siempre una tarea difícil. Pero resulta más compleja si sobre
él se han dicho tantas cosas que parecen agotadas las posibilidades de saciar
la curiosidad de los que buscan “cosas nuevas” en este tipo de textos.
No obstante mi osadía, me he
permitido celebrar junto al Profesor Federico Izquierdo la llegada de su
cumpleaños noventa y nueve, con afectos de admiración y estima, nacidas ambas
de la sorpresa. Recuerdo que desde siempre he saludado al señor de la ventana. Mi vecino, más o menos cercano, un
amable caballero que siempre respondía con una sonrisa mi saludo breve. La sorpresa surge al saber
que aquel vecino con el que la cotidianidad de un saludo había tejido cariño,
era el Profesor Izquierdo. Reconozco la ignorancia mayúscula que a mis catorce
años no me permitía aprovechar más las conversaciones que amablemente nos dispensaba desde lo alto de su
ventana. Me indigné conmigo mismo.
Pero más que por estos motivos me acerqué a la obra y trayectoria del maestro, seducido por los aportes y datos que encontraba. De este modo mi saludo es ahora más reverente y lo aprovecho, casi siempre, para referirle algún dato sobre el santiago decimonónico, de sus compañeros de la plástica, de sus clases con Juan Bautista Gómez o de su parecer acerca de esta ciudad a la que la celeridad impide la detención necesaria para apreciar lo que las manos de don Federico dieron a nuestra hidalga.
Son obras de su ingenio
arquitectónico el escudo, columnas y distribución de algunos espacios físicos
del antiguo Palacio de Justicia de Santiago, hoy sede de la Uasd en esta
ciudad; también el Parque Ercilia Pepín, el diseño de primera calle de doble
vía (la actual 27 de Febrero) y la modificación de cierto aliento gótico al
diseño de original de la Iglesia La Altagracia. Su labor arquitectural la
realiza junto al Ing. Rafael Aguayo.
Pero la pintura es su pasión.
Confiesa Izquierdo “Soy pintor desde que nací”. Pese a que tenemos constancia
de su temprana inclinación al dibujo no es sino hasta 1927, cuando asiste, en
calidad de alumno, al taller que Juan Bautista Gómez estableció en Santiago;
este que a su vez se había formado junto a Desangles, con Juan Francisco Corredor,
proporciona de este modo que
Izquierdo tomara de buena fuente
las aguas de un academicismo diáfano.
El profesor Izquierdo debía compartir entonces con
otros discípulos de Bautista Gómez como fueron
Yoryi Morel y Sebastián Emilio Valverde (Chan). Posteriormente
comenzaría el joven Federico Manuel Alberico Izquierdo y Rodríguez (como es su
nombre completo) a despuntar en nuestra cuidad, cuando en el mismo 1927 obtiene
Medalla de Oro en la Exposición de Países del Caribe, por su obra “Paisaje de
Jacagua”. Otros reconocimientos serían obtenidos luego en los certámenes
organizados por el Ateneo Amantes de la Luz (1934).
El detenimiento y la
reflexión provocaron que Izquierdo
madurara una obra de importancia imprescindible
para el estudio de la Pintura Dominicana, quizás tenga esto que ver con
el no haber realizado muestras
personales, no obstante su constante participación en nueve Bienales
Nacionales. Paralelamente a su labor como pintor está la de docente, quien
desde 1927 hasta 1964 desarrolló sin interrupciones una altruista labor,
abarcando las áreas de historia universal, filosofía y artes plásticas, siendo
uno de los fundadores junto a Yoryi y otros compañeros de la Escuela de Bellas
Artes de Santiago. Sólo motivos de salud física les hicieron abandonar las
aulas, más no así la pasión por la enseñanza. La bruma de un férreo horario de
clases y las obligaciones accesorias, de la docencia de entonces, quizás
restaron tiempo al artista y quizás también le halla robado más obras al aporte
de don Federico.
El dibujo en Izquierdo es
testimonio de un apasionado e inquietante sentimiento de afectividad. Sus
retratos no son sino la transmutación de los sentimientos, raptados desde
abismos íntimos del retratado. Su pintura le
define como pintor tipicista, pero en sus lienzos lo anecdótico es el
pretexto para armar las claves sueltas de su canto a la memoria. Más que
tradiciones están los enigmas que le llevaron a ser tales. En sus obras que
guardan un carácter de religiosidad popular se destaca “Rosario” óleo en el
cual aparecen unos campesinos cargando la imagen de la Virgen de la Altagracia,
en estos caso no sólo está el registro de una manifestación vernácula, se acuña
en estas obras la fe, expuesta de modo vívido, capaz de provocarnos un
acercamiento guiado por una composición inteligentemente sobria.
Asisten a sus lienzos las imágenes de una referencia
eterna: lo campesino (tanto el paisaje como sus gentes), el tema religioso y el
sincretismo de voces, cromos y estampas que se recogen en nuestro carnaval. Sus
lechones pasean frente a la Catedral con la flexibilidad de un trazo apostado a
la cadencia, plagado del ritmo de su realidad. Y es que él mismo se confiesa
diciendo: “Soy folclorista porque el folclor es el alma del pueblo y yo soy del
pueblo”. Por eso la sinceridad a mutado al color y en medio de rejuegos de
luces está la nítida exposición del ánimo, de sentimientos pronunciados en una
trazos firmes que besan la conceptualización del icono. Tenemos así obras como
“El Merengue” en el que la alegría armoniza con la composición, notándose un
alto grado de completud visual.
Su iconografía, tanto
pictórica como dibujística, más que un documento es su testimonio. Su obra ha
burlado al costumbrismo llano, a lo anecdótico simple, para que lo auténticamente dominicano se vista de
eternidad gracias a las obras del Profesor Izquierdo.
A usted maestro que Dios nos
conceda el favor de tenerle durante muchos años más, para que su ejemplo siga
más perenne, por los siglos de los siglos.