Y aunque uno cristianamente debe estar conforme, no
es del todo así, Dios nos perdone. Me creía el cuento de que esta partida jamás
sucedería.
Parecía que 105 años no fueron suficientes para
amar la tierra en la que naciste y en la que ahora te decimos adiós, Mamá.
En todos esos años fuiste la alumna de las monjas,
la joven hermosa que bordaba sueños junto a su tía, la esposa de Nicolás, la
madre respo
nsable de todos tus hijos e hijas, de esos otros que te amaron como tal
y la abuela, bisabuela y esa cadena infinita de sucesiones genealógicas que en
tu vida no tuvieron nombres, ni categorías porque para todos y todas,
simplemente fuiste la matrona amorosa llamada indistintamente por generaciones como
Mamá.
Para algunos fuiste doña Graciela, para otros la
vecina que jamás van a despedir porque parece que tu diminuta silueta nos va a sorprender, saliendo por
instantes en la galería de tu casa, con la invariable sonrisa en tus labios.
No recuerdo la tarde o la mañana de ese encuentro entre nosotros. Porque
el amor entre nosotros desbordó
cualquier lógica y desde siempre amaste a ese niño que sin miramientos, desde
su temprana infancia hasta la adultez, te llamó igual que los hermanos a los
que iba conociendo: Mamá y tú con ese apoyo y esa fe que era medalla de orgullo
en mis adentros, agradeciendo ese amor genuino,
nacido desde los arcanos más distantes de
la logicidad humana.
Ahora que se acabaron las horas largas de historias repetidas y de sorprenderme
incesantemente al ver que con tantos años cargados en tu piel te sabías la
actualidad política, la vida de las estrellas de la actual farándula y cada
detalle que fuere importante en la existencia de quienes te rodeaban.
Ahora iniciaremos otro diálogo, Mamá. Más fluido,
más delirante y como siempre abierto, franco, sincero, no a la distancia de tus
años sino al inmenso peso de la memoria; porque, aunque uno cristianamente debe
estar conforme, , no es del todo así, Dios nos perdone. Me creía el cuento de
que esta partida jamás sucedería.