Cuando empecé las lecturas fuera de las que me imponían en el colegio, Darío
me entregó un libro de edición dominicana de “Cien años de Soledad”, impresa
por Alfa y Omega.
Ese primer contacto hizo que un joven de catorce o quince años, fijara residencia desde entonces y para siempre en Macondo, llorar inconsolable en los funerales de la Mamá Grande y quedar atónito cuando el Patriarca recibió el otoño.. el fin de semana cuando los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial.
No sospechaba, la verdad sea dicha, que me iniciaría en la manía de contar historias de manera un poco más seria, con mayor rigor. Entonces Máximo me enseñó “Ojos de perro azul” y el cuento de mi existencia, supongo, tomó otro giro.
De Gabriel García Márquez nos sedujo tanto su literatura fantástica como su personalidad. Su filiación ideológica y el desgano con el cual analizaba la entonces más convulsa América Latina, esa que desmenuzaba desde sus orígenes más recónditos y desmemoriados hasta el acontecer más reciente y su justa perspectiva en la política global.
Existe un Gabo periodista, con seguidores e influencias de su fundande “diarismo mágico”… existe otro esencial que es el escritor de los clásicos del “Boom”, ese movimiento que tronó en el mundo y con su eco portentoso dejó sorda a una literatura que empieza a reponerse frente a la inmensa dimensión de esa generación.
El humano que más ha disfrutado en vida del Nobel de Literatura por recibirlo joven y porque su obra era temprana.
Con el descubrimos la justa dimensión de una hojarasca, la agonía de un coronel que no tiene quien le escriba, la exactitud de una mala hora, hasta la Crónica de una muerte anunciada y las memorias de una putas que nos revelan la memoria y la invención.
Todos hemos copiado a Márquez. Lo tenemos metido en el tintero de la memoria, de donde creemos sacar historias. Y es que lo asumimos tan nuestro que ahora la sorpresa (la muerte siempre es sorpresa), no nos deja sobrecogernos al sabernos que a partir de ahora, tenemos el deber de reclar en la universalidad de la lengua española, la parcela o el solar que heredamos en Macondo.
Ese primer contacto hizo que un joven de catorce o quince años, fijara residencia desde entonces y para siempre en Macondo, llorar inconsolable en los funerales de la Mamá Grande y quedar atónito cuando el Patriarca recibió el otoño.. el fin de semana cuando los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial.
No sospechaba, la verdad sea dicha, que me iniciaría en la manía de contar historias de manera un poco más seria, con mayor rigor. Entonces Máximo me enseñó “Ojos de perro azul” y el cuento de mi existencia, supongo, tomó otro giro.
De Gabriel García Márquez nos sedujo tanto su literatura fantástica como su personalidad. Su filiación ideológica y el desgano con el cual analizaba la entonces más convulsa América Latina, esa que desmenuzaba desde sus orígenes más recónditos y desmemoriados hasta el acontecer más reciente y su justa perspectiva en la política global.
Existe un Gabo periodista, con seguidores e influencias de su fundande “diarismo mágico”… existe otro esencial que es el escritor de los clásicos del “Boom”, ese movimiento que tronó en el mundo y con su eco portentoso dejó sorda a una literatura que empieza a reponerse frente a la inmensa dimensión de esa generación.
El humano que más ha disfrutado en vida del Nobel de Literatura por recibirlo joven y porque su obra era temprana.

Con el descubrimos la justa dimensión de una hojarasca, la agonía de un coronel que no tiene quien le escriba, la exactitud de una mala hora, hasta la Crónica de una muerte anunciada y las memorias de una putas que nos revelan la memoria y la invención.
Todos hemos copiado a Márquez. Lo tenemos metido en el tintero de la memoria, de donde creemos sacar historias. Y es que lo asumimos tan nuestro que ahora la sorpresa (la muerte siempre es sorpresa), no nos deja sobrecogernos al sabernos que a partir de ahora, tenemos el deber de reclar en la universalidad de la lengua española, la parcela o el solar que heredamos en Macondo.