sábado, 3 de diciembre de 2016

“En tiempos de vino blanco” y la crítica abstemia

El tercer volumen de cuentos de la escritora Sandra Tavárez es una reconfirmación de su compromiso por el ejercicio literario. “En tiempos de vino blanco”, publicado en este año por la editora “Juguete de Madera” que dirige el escritor Máximo Vega, la cual anteriormente había publicado “A mitad del sendero” de Altagracia Pérez Pytel.

Constituye este nuevo libro un compendio de veinticinco breves narraciones, a veces muy breves, en las que van a parar personajes de diálogos precisos, escuetas reflexiones, con hondura existencial que desbordan las presumibles edades de estos cercanos seres que habitan la ciudad, muy probablemente nuestra ciudad, por sentirse ese conocido vaho de silvestritas aproximaciones.

Sandra Tavárez forma parte del Taller de Narradores de Santiago, es una hija de ese colectivo porque allí inició su más perenne batalla existencial: convertirse en escritora, comunicar sus mundos, vencer inercias. Lo ha ido logrando. Sus mundos han evolucionado a constelaciones cada vez más densas y complejas y su escritura muestra ya los signos de quien ha tomado en serio el oficio de escribir, por sus tiempos narrativos y el evidente dominio del lenguaje.

La Tavárez tiene reconocimientos en concursos importantes como el convocado bajo el tema de Béisbol por el Ministerio de Cultura, el auspiciado por Radio Santa María y el de la centenaria Sociedad Cultural Alianza Cibaeña, Inc. Algunos otros se suman ya a modo de su incipiente trayectoria como el otorgado por el Taller Virgilio Díaz Grullón y su paso por el Sistema Nacional de Creadores Literarios (SINACREA).

Imposible hacer referencia, aunque sea breve, a cada uno de los cuentos que nos han impresionado, que se quedan en la memoria ya sea por su recurso de final sorprendente o porque sencillamente hemos sido los protagonistas en narraciones que cambian de persona y tiempo para convertir al lector en uno más de los muchos recursos con los que esta narradora proyecta la vida, la que  es, la que encuentra, la que le importa.

Pero cuando hablamos de “comunicar”, en este contexto de los cuentos de Sandra, recuerdo las reflexiones que sobre la lectura hiciera recientemente el escritor norteamericano Paul Théroux, quien entre otras exigencias señala que para leer se requiere “dominio de la soledad”. Ante la profundidad de una frase dicha tan limpiamente, cabe preguntarse ¿qué tan grande es la distancia que dista entre la soledad del lector y la soledad de escritor?

Acusamos al país, al medio, a la insularidad del Caribe. Acusamos. No nos sinceramos. Hace falta lectores no solo para este libro de Sandra Tavárez, ni los editados por Juguete de Madera, ni los que se producen desde el Cibao. Hacen falta lectores y críticos para sus dos primeros libros “Matemos a Laura” (2010) y “Límite invisible” (2012).

Es la tercera obra de alguien que inicia la literatura y ha colocado sus inquietudes en las estanterías de  librerías y bibliotecas esperando romper silencios y soledades, mientras acompaña la soledad de otras ediciones en esperan de tanto por hacer.

Hay tiempos de vino blanco que sirven para la celebración de quien a su tiempo ha dicho lo suyo. Lectores beodos de lo insulso. Existe, afuera, una crítica abstemia que pierde interés por sus constantes repeticiones, por hablar de algo que ya pocos quieren oír. Girar en torno a la misma ruta, mientras unos cuantos celebramos estos tiempos, celebramos la persistencia de Sandra Tavárez y su calidad escritural. ¡Salud!