Por Luis Córdova
Por
un momento parecíamos suspendidos en el tiempo. En las montañas, metidos en el
corazón de la Sierra, el tiempo se mide por ratos y, en un resquicio de
lentitud, el reloj le miente al calendario.
Ni
a los más jóvenes, ni a los más adultos, se les ocurrió referirse a lo que
dejaba de hacer allá abajo. Para eso subimos, esa fue la promesa (cumplida con
creces) de Yolanda y Manuel: desconectarnos y descansar. Permitirnos ser, entre
verdaderos amigos (Esteban nos llamó “la familia elegida”), en una lista que se
hizo larga y profundamente sincera.
Esos
días en Los Montones, sin dudas, fue de las mejores experiencias del pasado año
y la más justa y necesaria para recibir el presente.
Que
las horas pasaran y que no nos preocupáramos ni siquiera por el conteo
regresivo del año, constituyó una de las más interesantes lecciones: la vida, a
pesar de los sobresaltos, continuará y por más proyectos que se establezcan,
por más rigurosidad en cumplir cronogramas, por más “eficientización del tiempo”,
lo que ha de ser… será.
Nos
lo dijo Eulogia. Mujer cibaeña en ejercicio pleno y libre de su identidad. El
solo conocerla vale la pena el viaje. Mejor anfitriona no se puede tener: la
afabilidad, que hoy es escasa, la sensibilidad y la cercanía nos hizo recordar lo
mejor de nuestro pueblo.
Dueña
de unos ojos de inmenso azul, es una mujer rubia que conjuga en sus ademanes la
gracia femenina con la rudeza que le ha provocado el amasar por largos años el
verde hostil de un campo que desborda de paz y carencias materiales.
De
tez clara como sus juicios, con respeto y gran carisma, se integró a nuestro
grupo cuando a Pedro se le ocurrió una interminable entrevista.
En
un juego de premoniciones sobre el amor, tanto para los solteros (qué corregir
y qué hacer), así como las recomendaciones a las parejas que convergían… entre
risas ofreció algunas ideas que me parece interesante incorporar en este
cotidiano afán que nos esperó en la ciudad, que poco a poco nos va quitando la
paz que en unos días nos conquistó y que comienza a agigantar el deseo de
volver a esa suerte de refugio.
La
filosofía nos asalta. Siempre está ahí en nuestras conversaciones sesudas, en
las lecturas compartidas, en las discusiones que nos entretienen pero que
terminan aburriendo a los demás invitados, en la interpretación del verso de un
trovador o en la hondura del habla cibaeña, rica y compleja.
La
vida nos asalta. Construye escuelas desde la inocencia, desde la ingenuidad que
condensa toda la sabiduría, que parte del “buen vivir” impuesto por la fe, pero
sobretodo, por la formación de hogar.
La
vida según Eulogia es sencilla, al igual que el amor. La fórmula para ser feliz
es corresponder a quien te quiera.
Hacer
el bien no porque a cambio sucederá lo correcto o lo deseado sino porque es lo
justo.
Es
malo ser egoísta porque termina haciendo daño al otro y, tarde o temprano,
vendrá hacia nosotros en la misma o mayor proporción.
Para
los que buscan coach sentimental, les resumió los manuales de “love coaching”:
amar no debe doler y el respeto es innegociable.
Interrumpir
la lectura de Homo Rebellis de Lluís Amiguet para escuchar a esta mujer
sencilla que trocó lo complejo en simple, presagió que será un mejor año. No
fue necesario googlear nada, ni saltarse de los clásicos hasta Byung-Chul Han.
Al
final, en otro momento de esas inolvidables noches frente a una fogata recordó,
como quien ofrece un bálsamo sanador para todo dolor de la vida: “hay que estar
en paz con Dios y con uno mismo”.
Eulogia
que en griego se traduce como bendición, en verdad lo fue. Al conocerla me he
propuesto vivir la vida asimilando las sentencias de mi nueva amiga.